lunes, 13 de mayo de 2019


ANTIQUITAS ET MODERNITAS



REFLEXIONES SOBRE LA POST-MODERNIDAD

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C
omenzaré por una reflexión linguístico-semántica. El término antiquitas pertenece al fondo del latín arcaico-republicano e imperial. Podemos hacer coincidir su emersión contrastante en la Roma del siglo IV a.C. Es un vocablo cuyo sufijo sustantiva y generaliza un epíteto, en este caso antiquus. Sobre ese troquel se forjarán muchos términos de variable expansión lexical y semántica como humanitas, unitas, gravitas, levitas, caritas, etc. lo que indica, con la i siempre breve, la permanencia oral de un dáctilo, que permite ser insertado en el cursus rethoricus, en el verso dactilico etc. Pero a su vez antiquus parece un derivado arcaico de ante (antiquus), lo que precede, en griego arkhaios, que contacta con la arkhé, con la condición toon proteron, de los primeros, o como dice Horacio, con otro epíteto característico, ut prisca gens mortalium (la prístina estirpe de los hombres). Pero en latín antiquus no es sinómino de vetus, o antiqui de veteres. No es posible internarse más en la semántica histórica. Basta este componente para nuestra ocasión. Sólo quiero inducir, en efecto dos consecuencias: 1) la antiquitas tiene una firmeza connatural, porque es cabeza de la diacronía; 2) comporta una densidad semántica (ein stärkeres Dasein, un existir más denso, como dice Rilke) que la hace generativa y apokatastásica (o sea, redintegrativa).
Carlos Disandro
Todo esto nos facilita comprender la sentencia de Cicerón, de origen platónico, antiquitas proxime accedit ad deos (Es la antigüedad la que con mayor cercanía adhiérese a los dioses). Y la expresión varroniana: antiquitates rerum divinarum humanarumque (las antigüedades de las cosas divinas y humanas). La fórmula lapidaria de Varrón merecería, en esta tormenta finimilenar, exhaustivo comentario y elucidación. No es éste el lugar ni el marco expositivo apropiado. De cualquier modo en nuestra breve glosa histórica-semántica quedan dos notas en la suppositio de antiquitas; firmeza y densidad, generativas y apokatastásicas en la diacronía del déroulement.
Modernitas es un neologismo "pour le bésoin de la cause", trocado en paradigma cómodo. Debemos desentrañar sus lejanas emersiones y resonancias, más difíciles de clarificar en medio de la devastadora violencia de la modernidad. La referencia lingüítica modernus pertenece al latín de los siglos XIV y XV, y en todo caso al pre-renacimiento y épocas posteriores. Sin embargo, no deja de tener importancia la meditación de su recurrencia semántica opuesta a antiquitas, al margen de los hitos cronológicos aducidos, comportada además en el general oleaje devastador del "evolucionismo" en todos sus matices. "Moderno" y "modernidad" serían pues relegamiento y muerte de la antiquitas; suponen además etapas de post-modernidad como resolución semántica en inexpresados epifenómenos trasformantes, no visualizables, pero tampoco adventicios o de giros reaccionarios. Pero digamos dos palabras también sobre su campo semántico propiamente dicho.
Modernus deriva de modus, y se forja con un sufijo como hodierno, aeternus, maternus, etc. La cabeza semántica es pues modus, que cubre vastos campos significativos en el latín hasta el siglo XVII. Particularmente significante y notable es su pertenencia al vocabulario gramatical y a la tabulatura sistemática de las particiones musicales: el modus o modi gregorianos dentro del canon de la melodía diatónica; indica precisamente una variación, sujeta sin embargo a ese canon diatónico. Distinto de la variación tonal y cromática que sin embargo insume la música moderna desde el siglo XIV hasta la música estructuralista (Schönberg) y tecnotrónicas, que serían preludio de la postmodemidad. De cualquier manera, creo que la esencia de lo moderno y de la modernidad es de naturaleza musical, con referencia a la semántica de su autodenominación y autoconciencia.
Del latín modus provienen en romance  modo, modulación, moda, modelo, moderador, etc. Es larga la lista. Para España muchas veces predominan los vocablos por interposición de francés o italiano, lo cual no cambia en aboluto el panorama. Por el contrario, lo clarifica en cuanto el latín vulgar de la Romanía tendió a trasvasar a otra mentalidad, por interpósitos dialectos, otro sentimiento del mundo y otra impostación del hombre. Sobre todo otra impostación musical, denotativa de otra búsqueda y otro empeño.
Interpongo aquí, por ser pertinente y profunda, un párrafo sobre la devotio moderna que cubre prácticamente el siglo XV y primeras décadas del siglo XVI, antes de la revolución luterana. Devotio moderna y Lutero son sin duda raíces de la modernidad. La primera por el corte con la teología y la piedad mystéricas; el segundo por su reversión del conspcctus teológico de los Padres Griegos, en cuanto al soplo significante de la letra bíblica.
En una palabra la esencia del epíteto "moderna" se potencia por un vínculo semántico con devotio (sobre este punto puede confrontarse mi introducción al Breve de Clemente XIV, Dominus ac Redemptor - 1773). Devotio moderna sería pues la arkhé revolucionaria, para el lapso siglo XV-siglo XX. En este aspecto la post-modernidad implica también vías contrastantes teológicas y pastorales, muy complejas en la empresa de la neo-evangelización.
Me interesa una somera indicación para resumir lo fundamental. En moderno el centro semántico es la variatio constitutiva, o tal como lo expresaría en latín la frase varia variorum. Antiquitas en cambio es arkhé inviolable, y por ende resplandeciente en una esfera de sacer, sanctus, en una hierophanía que pone en el oído el dominio diatónico y en el ojo las imágenes mundanas subordinadas al oído. El moderno ha roto este equilibrio, primero incoativa y sutilmente, luego rápida y catastróficamente. La revolución del cambio ha llevado a la disolución; la disolución clama a su vez por una post-modernidad de signo multivalente, por cierto. La disolución es primero disolución del canon del oído, y luego confusión en el canon del ojo.

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Sobre estos claros parámetros semánticos podemos introducir ahora un punto de vista metafísico: la visión anaxagórica sobre el vínculo entre nous y homeomería. La antiquitas es el nous regente, concentración de una arkhé semántica, principio de la vida hyperbórea; las homeomerías, suerte de emulsión de la sustancia physica inconfigurada pre-cósmica, a su vez, comporta desde luego la multiplicidad de los epifenómenos históricos. Pues la concepción de Anaxágoras, holística como la de todos los presocráticos, no separa physis e historia, las unifica en ciclos del nous, que ordena, rige, irradia, vivifica en tectónicas incluyentes y anabáticas; y las homeomerías que se combinan (en una serie cósmica, en el sentido griego, y diakósmica, en el sentido pitagórico de la expansión, limitada y bella). Esplende entonces la unidad phainoménica que es por supuesto recurrencia de la luz, en la physis y en la historia: en la physis el cosmos sublime de la tectónica constructiva y en la historia la combinatoria semántica que impregna de la luz hyperbórea el reino de los epifenómenos restrictivos y fugaces. Pues una semántica apokatastásica y regenerativa es imposible sin la regencia del nous, tanto como el cosmos estelar que insume la totalidad de la irradiación noética. Unificadas de esta manera physis e historia en el principio estético del nous, el hombre es clave combinatoria en la medida en que participa en la "celebración", en el hymnein hyperbóreo.
Ahora bien, la antiquitas es el nous y su regencia hyperbórea, por determinarla con algún epíteto no estrictamente histórico, pero tampoco puramente mítico. La modernitas en cambio es el reino de los homeomerías, que inician, proyectan y diseminan su desglose del nous, de su irradiación, de su dynamis unificante y por ende de su lumbre y arkhé. Históricamente pues predomina el epifenómeno puro, la fugaz esplendencia de la luz en el movible espejo de las ondas marinas, el pasajero viento que se torna tormenta devastadora o amenazante. Las homeomerías, así desligadas y catastróficas, han desembozado un tercer reino, o espacio, o franja, no noética no semántica (es decir que no proviene ni del nous ni del ligamen de éste y las homeomerías): el espacio de la herramienta, del instrumento o artefacto, que será creciente y evolutivo y completará su reino autónomo: la tecnotrónica, dispensadora y déspota. Esto acontece porque el homo daedalus sustituye la dimensión hyperbórea. Esta, por su parte, se hunde como katabasis de la Atlántida; empero en la tesitura de ese hombre histórico moderno se preparan, anticipan y se regeneran las katábaseis ineluctables de las homeomerías como disolución extrema de la sustancia. Lo que la física moderna considera "partículas", que pugnan por existir sin atingencia controlable con núcleos centrípetos, son epifenómenos del torbellino atómico; y al mismo tiempo búsqueda inexhausta de la participación como camino desembozante de la physis.
Según el punto de vista filológico-semántico hemos inducido una nota esencial de moderno, contrapuesto a la arkhé semántica de antiquitas: la ausencia del stärkeres Dasein (un existir más denso) la carencia de la celebración o hymnein hyperbóreos. Desde el punto de vista metafísico hemos remontado a la causa generativa de la modernitas, el corte entre nous y homeomerías, que conduce al homo daedalus, umbral justamente de la post-modernidad. El punto de vista semántico y la breve indagación metafísica conforman un horizonte de oscuridad previsible.

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Tendríamos finalmente que considerar el punto de vista teológico. Es preciso delimitar desde luego la tesitura personal que sirve de troquel para el noein, en vista de las confusiones contemporáneas según los disjecta membra christianorum (los desparramados fragmentos de cristianos), o quizá con mayor reluctancia histórica y mayor nitidez asertiva "la muerte del cristianismo", según anuncian, en la edad de Aquarius. Mi punto de vista es, en esta constancia, griego arcaico o si se quiere greco-cristiano, para distinguirlo del judeo-cristiano y del romano-cristiano. Además para trascender esas contradicciones elijo la Gedankenlyrik de Píndaro y su ejercicio concreto del noein en el hymnein dórico-hyperbóreo. En sustancia, ese punto de vista teológico sería el que llamo theándrico, usando el término de los Padres Griegos, pero cuyos antecedentes semánticos debemos buscar precisamente en la poesía dórica y su concepción del héroe y del poeta, que lo reinstaura en la historia por la celebración coral. El punto de vista teológico implica una unión divino-humana que trasciende el mero vínculo physico entre nous y homeomería. Sería pues una coronación anaxagórica en la vida divino-humana vigente en la "fiesta hyperbórea". Por eso los héroes son hemitheoi (semidioses), o antitheoi (es decir suplen a los dioses, puesto que éstos no peregrinan ya por la Tierra). Son los héroes y sus poetas celebrantes los encargados de retener y vigorizar o actualizar la coronación theándrica en el seno de las homeomerías. La antiquitas es naturaliter theándrica pues. Y por escisión la modernitas rechaza esta arkhé fundante, y elige un solo principio, la humanitas, que se corona a su vez en el homo daedalus, hacedor del tercer espacio que dije, ni noético, ni semántico ni theándrico, sino technotrónico (por supuesto en su extrapolación en la post-modemidad).
La visión theológica theándrica de los orígenes principjales y su regencia entre los epifenómenos de la humanitas, recupera el noein de la metaphysica y transhistoria, recupera en fin por el poeta laudante la iniciativa semántica de la apokatastasis.
La contraparte, el modernus en los varia variorum epifenómenicos, despliega la fantasmagoría transitoria de una ilusión que sólo puede descansar en el poder, cada vez más despótico, sobre la natura y el mismo hombre. O sea el homo potens rerum y el homo potens hominum (sintaxis de participio presente y genitivo, lo que en latín menta una relación esencial y habitual).
Si unimos pues las tres cuerdas, linguístico-semántica, metaphysica y teológica, comprendemos la esencia de la modernitas y avizoramos el continente de la post-modernidad, como un territorio enigmático habitado por monstruos, pero también por hombres que serán reconquistados por el asilo de la arkhé, de la sacralidad principial del noein, que pliega el decurrir de las homeomerías en cosmos o diakósmesis regenerativa. Prefiero intentar la unión de las tres cuerdas formuladas, para cerrar esta nota con un parágrafo más ceñido propiamente a la post­modernidad. Recorremos así con discrimen analítico-sintético una vasta curva, troquelada en definitiva por dos arbotantes: la antiquitas (arkhé), modernitas (homeomerías descontroladas del nous).

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En efecto, el principio linguístico-semántico parece significar naturaliter una trascendencia intraphysica e intrahistórica, por la coronación lingüística, específica e incalculable del lenguaje poético. Este pues, en el seno histórico-physico de las homeomerías, reanuda el vínculo con el nous. Y siendo el mito y la metáfora constitutivos determinantes de aquel lenguaje le confiere al hombre por el trámite del symbolon cognitivo y operativo, acceso a la "vida hyperbórea". Por esto pues la post-modernidad presentaría inequívocamente dos ritmos contrastantes: uno de katábasis y otro de anábasis, inextricablemente urdidos en el seno de las homeomerías, y en la repulsa o reconquista del nous y su noein operativo, esencia de la vida hyperbórea según Píndaro, esencia de la dimensión theándrica del héroe (en la existencia de Bellerophonte o en la de Hércules).
Por el primer ritmo pues la katábasis prolonga lo moderno, ya elucidado, en la post-modernidad tecnotrónica, donde el artefacto daedalus pretende sustituir el nous para asumir, abordar, regir los epifenómenos, reluctantes y contrapuestos entre sí. Muere la semántica rerum creatrix, repliégase el nous y la historia concéntrase como la historia potens hominum para ensayar una deidad, que destruya definitivamente la vida hyperbórea. Este ritmo de katábasis signa la post-modernidad, ya desembozada, o simplemente incoativa. Ella confiere una dispensación concentracionista pero en detrimento del ser profundo del hombre, según se adviertan o dimensionen sus vías y sus corifeos. En cualquier caso, es la manifestación del fatum modernum.
El segundo ritmo, de anábasis, sería connatural a la raíz lingüística que no puede perecer, ni aun por regencia de lo anteriormente atribuido al ritmo katabático; y connatural también physicamente a la luz, que tampoco podría extinguirse, y cuyos ciclos, los de la luz, son inmunes a la dispensación y confusión de las homeomerías. Por donde el cosmos physico, noético y semántico sería como dice Tucídides un ktema eis aei (un logro para siempre), o como expresa un lyrico grecista en la modernidad (me refiero a Keats) "a thing of beauty is a joy for ever". Aquí radica el punto, espacio o rampa de apoyo para la anábasis (ascenso). La post-modernidad por ende, actuante ya o incoativa, como advertí, exige de todo hombre libre por el noein irrestricto un acto de selección que permita "la alternativa en la katábasis", aunque a su ruta de descenso infernal sea imposible eliminarla o constreñirla; pero sí puedo con giro reluctante desalojarla de mi alma o mente o inteligencia, para compartir con otros hombres la aventura de la reconquista del nous. En el mar de las homeomerías sin riendas noéticas somos como Odiseo con su balsa en medio de la tempestad. Sólo que -conviene subrayarlo- Odiseo eligió ese camino riesgoso. Aquí, en la anábasis descripta, sigue vigente la antiquitas como hontanar, régimen de ciclos luminosos, categoría hyperbórea precisamente para este segundo parámetro de la post-modernidad.
Sea como fuere, mi breve reflexión intenta superar: 1) controversias estériles y fragmentarias sobre la  modernitas ut sic; 2) evadir el cerco de la catástrofe, y por ende plantear una anábasis entitativa al margen del pensamiento profético, que reanima de suyo otras alternativas que no es posible considerar aquí. En última instancia están planteadas en mi libro Las Fuentes de la Cultura, cuya redacción tiene ya casi treinta años. Y en definitiva lo que nos urge y sobrelleva al mismo tiempo en el seno de la post-modernidad, tal como la concibo desde el pensar anaxagórico son las dos dimensiones el pensar simbólico: a) el symbolon cognitivo per se; b) el symbolon operativo, que anule el homo daedalicus, reduzca la dispersión homeomérica, y desembarque en el hogar vestálico del nous.
La anábasis es pues posible, o sobrevendrá por efusión musical del "centro", o de la "arkhé", o del héroe heráclico, reinstaurado para limpiar de monstruos la tierra devastada y emponzoñada. En cuanto al primero, o sea, el symbolon cognitivo, la post-modernidad los comporta, en el oleaje indiferente de las homeomerías modernas. En cuanto al segundo, el symbolon operativo, sólo los hyperbóreos que subsisten entre los hombre de la ferrea aetas, tecnotrónica ahora, conocen el camino del hymnein, el maravilloso camino que recorre Perseo antes de yugular a la Gorgona.
Es así el contexto finimilenar, no lo podemos cambiar, pero podemos "oir y ver", y sobre todo "noein". Este es por otra parte el destino de América, Por sobre estos pormenores desplegaremos en otro momento y ricorso nuestras reflexiones al borde del abismo. Entretanto en lo profundo de nuestro corazón, entonamos un cántico pindárico en celebración de la Hélade incólume en el océano de la post­modernidad. La tectónica del nous habita pues en nosotros, no en los artefactos.

Dr. CARLOS A. DISANDRO




*Publicado en Ciudad de los Césares N° 17, Marzo/Abril de 1991.

1 comentario:

I. L. Roof dijo...

Genial artículo, sobre todo para quienes conocimos la publicación a última hora. ¿Cual es el número de las páginas?