REFLEXIONES SOBRE LA POST-MODERNIDAD
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C
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omenzaré por una
reflexión linguístico-semántica. El término antiquitas pertenece
al fondo del latín arcaico-republicano e
imperial. Podemos hacer coincidir su emersión contrastante en la Roma
del siglo IV a.C. Es un
vocablo cuyo sufijo sustantiva y generaliza
un epíteto, en este caso antiquus. Sobre ese troquel se forjarán muchos términos de variable expansión lexical y semántica como humanitas, unitas, gravitas, levitas, caritas, etc. lo que indica, con la i siempre breve, la
permanencia oral de un dáctilo, que permite
ser insertado en el cursus rethoricus, en el verso dactilico etc. Pero a
su vez antiquus parece un derivado
arcaico de ante (antiquus), lo que precede, en griego arkhaios, que contacta con la arkhé,
con la condición toon proteron, de los
primeros, o como dice Horacio, con otro epíteto característico, ut prisca gens mortalium (la prístina
estirpe de los hombres). Pero en latín
antiquus
no es sinómino de vetus, o antiqui de veteres. No es
posible internarse más en la semántica histórica.
Basta este componente para nuestra ocasión. Sólo quiero inducir, en efecto dos consecuencias: 1) la antiquitas tiene una
firmeza connatural, porque es cabeza de la diacronía; 2) comporta una densidad semántica (ein stärkeres
Dasein, un existir más denso,
como dice Rilke) que la hace generativa y apokatastásica (o sea, redintegrativa).
Carlos Disandro |
Todo esto nos
facilita comprender la sentencia de Cicerón, de origen platónico, antiquitas proxime accedit ad deos
(Es la antigüedad la que con mayor
cercanía adhiérese a los dioses). Y la expresión varroniana: antiquitates rerum divinarum humanarumque
(las antigüedades de las cosas divinas
y humanas). La fórmula lapidaria de Varrón merecería, en esta tormenta finimilenar, exhaustivo
comentario y elucidación. No es éste el lugar ni el marco expositivo apropiado. De cualquier modo en nuestra breve
glosa histórica-semántica quedan dos notas en la suppositio de antiquitas; firmeza y densidad,
generativas y apokatastásicas en la diacronía del déroulement.
Modernitas es un neologismo "pour le
bésoin de la cause", trocado
en paradigma cómodo. Debemos desentrañar sus lejanas
emersiones y resonancias, más difíciles de clarificar en medio de la devastadora violencia de la
modernidad. La referencia lingüítica modernus
pertenece al latín de los siglos XIV y XV, y en todo caso al pre-renacimiento y épocas posteriores. Sin embargo, no deja de tener
importancia la meditación de su recurrencia semántica opuesta a antiquitas,
al margen de los hitos cronológicos aducidos, comportada además en el
general oleaje devastador del "evolucionismo" en todos sus matices.
"Moderno" y "modernidad" serían pues relegamiento y muerte
de la antiquitas; suponen además etapas de
post-modernidad como resolución semántica en inexpresados epifenómenos
trasformantes, no visualizables, pero tampoco adventicios o de giros
reaccionarios. Pero digamos dos palabras también sobre su campo semántico propiamente dicho.
Modernus deriva de modus, y se forja con un
sufijo como hodierno, aeternus, maternus, etc.
La cabeza semántica es pues modus, que cubre vastos
campos significativos en el latín hasta el siglo XVII. Particularmente significante y notable
es su pertenencia al vocabulario gramatical y a la tabulatura sistemática de
las particiones musicales: el modus o modi
gregorianos dentro del canon de la melodía diatónica; indica
precisamente una variación, sujeta sin embargo a ese canon diatónico. Distinto
de la variación tonal y cromática que sin embargo insume la música moderna desde el siglo XIV hasta la música estructuralista (Schönberg)
y tecnotrónicas, que serían preludio de la
postmodemidad. De cualquier manera, creo que la esencia de lo moderno y de la
modernidad es de naturaleza musical,
con referencia a la semántica de su autodenominación
y autoconciencia.
Del latín modus provienen en romance modo, modulación,
moda, modelo, moderador, etc. Es larga la lista. Para España
muchas veces predominan los vocablos por interposición de francés o italiano,
lo cual no cambia en aboluto el panorama. Por el contrario, lo clarifica en
cuanto el latín vulgar de la Romanía tendió a trasvasar a otra mentalidad, por
interpósitos dialectos, otro sentimiento del mundo y otra impostación del
hombre. Sobre todo otra impostación musical, denotativa de otra búsqueda y otro
empeño.
Interpongo aquí, por ser pertinente y profunda,
un párrafo sobre la devotio moderna que cubre
prácticamente el siglo XV y primeras
décadas del siglo XVI, antes de la
revolución luterana. Devotio moderna y Lutero
son sin duda raíces de la modernidad. La primera por el corte con la teología y
la piedad mystéricas; el segundo por su
reversión del conspcctus teológico de los Padres Griegos, en cuanto al
soplo significante de la letra bíblica.
En una palabra la esencia del epíteto
"moderna" se potencia por un vínculo semántico con devotio (sobre este punto puede
confrontarse mi introducción al Breve de Clemente XIV, Dominus ac Redemptor - 1773). Devotio moderna sería pues la arkhé revolucionaria, para el lapso siglo XV-siglo XX. En este aspecto la post-modernidad
implica también vías contrastantes teológicas y pastorales, muy complejas en la empresa de la
neo-evangelización.
Me interesa una somera indicación para
resumir lo fundamental. En moderno el centro semántico es la variatio constitutiva,
o tal como lo expresaría en latín la frase varia variorum. Antiquitas
en cambio es arkhé inviolable,
y por ende resplandeciente en una esfera de sacer, sanctus, en una hierophanía
que pone en el oído el dominio diatónico
y en el ojo las imágenes mundanas subordinadas al oído. El moderno ha roto este
equilibrio, primero incoativa y sutilmente, luego rápida y catastróficamente.
La revolución del cambio ha llevado a la disolución; la disolución clama a su
vez por una post-modernidad de signo multivalente, por cierto. La disolución es primero disolución del canon del oído,
y luego confusión en el canon del ojo.
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Sobre estos claros parámetros semánticos podemos introducir ahora un punto de vista metafísico: la
visión anaxagórica sobre el vínculo entre nous y homeomería. La antiquitas es el nous regente, concentración de una arkhé semántica,
principio de la vida hyperbórea; las homeomerías, suerte de
emulsión de la sustancia physica inconfigurada
pre-cósmica, a su vez, comporta desde luego la multiplicidad de los epifenómenos históricos. Pues la concepción
de Anaxágoras, holística como la de todos los presocráticos, no separa physis e
historia, las unifica en ciclos del nous,
que ordena, rige, irradia, vivifica en tectónicas
incluyentes y anabáticas; y las homeomerías que se combinan (en una serie cósmica, en el
sentido griego, y diakósmica, en el
sentido pitagórico de la expansión, limitada
y bella). Esplende entonces la unidad phainoménica que es por supuesto
recurrencia de la luz, en la physis y en la historia: en la physis el
cosmos sublime de la tectónica constructiva
y en la historia la combinatoria semántica que impregna de la luz hyperbórea el reino de los epifenómenos restrictivos y fugaces. Pues una semántica apokatastásica
y regenerativa es imposible sin la regencia del nous, tanto como el cosmos estelar que insume la totalidad de
la irradiación noética. Unificadas
de esta manera physis e historia en el principio estético del nous, el
hombre es clave combinatoria en la medida en que participa en la "celebración", en el hymnein
hyperbóreo.
Ahora bien, la antiquitas es el nous y
su regencia hyperbórea, por determinarla con algún
epíteto no estrictamente histórico, pero
tampoco puramente mítico. La modernitas en cambio es el reino de los homeomerías, que inician, proyectan y diseminan su desglose
del nous, de su irradiación, de su dynamis unificante y por ende
de su lumbre y arkhé. Históricamente
pues predomina el epifenómeno puro, la fugaz esplendencia de la luz en
el movible espejo de las ondas marinas, el
pasajero viento que se torna
tormenta devastadora o amenazante. Las homeomerías, así
desligadas y catastróficas, han desembozado
un tercer reino, o espacio, o franja, no noética no semántica (es decir
que no proviene ni del nous ni del ligamen
de éste y las homeomerías): el espacio de la herramienta, del instrumento o artefacto, que será creciente y evolutivo y completará su reino autónomo: la
tecnotrónica, dispensadora y déspota. Esto acontece porque el homo
daedalus sustituye la dimensión hyperbórea. Esta, por su parte, se hunde como katabasis de la Atlántida;
empero en la tesitura de ese hombre
histórico moderno se preparan, anticipan y se regeneran las katábaseis
ineluctables de las homeomerías como
disolución extrema de la sustancia. Lo que
la física moderna considera "partículas", que pugnan por existir
sin atingencia controlable con núcleos centrípetos, son epifenómenos del torbellino atómico; y al mismo tiempo búsqueda inexhausta de la participación
como camino desembozante de la physis.
Según el punto de
vista filológico-semántico hemos inducido una nota esencial de moderno,
contrapuesto a la arkhé semántica de antiquitas: la ausencia del stärkeres Dasein (un existir más denso) la carencia de la celebración
o hymnein hyperbóreos.
Desde el punto de vista metafísico hemos remontado a la causa generativa de la modernitas, el
corte entre nous y homeomerías, que conduce al homo daedalus, umbral justamente de la post-modernidad. El punto
de vista semántico y la breve indagación metafísica conforman un horizonte de oscuridad previsible.
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Tendríamos
finalmente que considerar el punto de vista teológico. Es preciso delimitar
desde luego la tesitura personal que sirve de troquel para el noein, en vista de las confusiones contemporáneas según los disjecta membra christianorum (los desparramados fragmentos de cristianos), o quizá con mayor reluctancia histórica y mayor nitidez asertiva "la muerte del
cristianismo", según anuncian, en
la edad de Aquarius. Mi punto de vista es, en esta constancia, griego arcaico o si se quiere
greco-cristiano, para distinguirlo
del judeo-cristiano y del romano-cristiano. Además para trascender esas contradicciones
elijo la Gedankenlyrik de Píndaro
y su ejercicio concreto del noein en
el hymnein dórico-hyperbóreo. En
sustancia, ese punto de vista teológico sería el que llamo theándrico, usando el término de los Padres Griegos, pero
cuyos antecedentes semánticos debemos
buscar precisamente en la poesía
dórica y su concepción del héroe y del poeta, que lo reinstaura en la historia por la celebración
coral. El punto de vista teológico implica una unión divino-humana que trasciende el mero vínculo physico entre nous y
homeomería. Sería pues una coronación
anaxagórica en la vida divino-humana
vigente en la "fiesta hyperbórea". Por eso los héroes son hemitheoi (semidioses), o antitheoi (es
decir suplen a los dioses, puesto que
éstos no peregrinan ya por la Tierra).
Son los héroes y sus poetas celebrantes los encargados de retener y vigorizar o actualizar la coronación theándrica en el seno de las homeomerías. La antiquitas es naturaliter theándrica pues. Y por escisión la modernitas rechaza esta arkhé fundante,
y elige un solo principio, la humanitas,
que se corona a su vez en el homo
daedalus, hacedor del tercer
espacio que dije, ni noético, ni semántico ni theándrico, sino technotrónico (por supuesto en su extrapolación en la post-modemidad).
La visión
theológica theándrica de los orígenes principjales y su regencia entre los
epifenómenos de la humanitas, recupera el noein de la metaphysica y
transhistoria, recupera en fin por el poeta laudante la iniciativa semántica de la apokatastasis.
La contraparte,
el modernus en los varia variorum epifenómenicos, despliega la fantasmagoría transitoria de una ilusión
que sólo puede descansar en el poder, cada vez más despótico, sobre la natura y
el mismo hombre. O sea el homo potens
rerum y el homo potens hominum (sintaxis de participio presente y genitivo, lo que en latín menta una relación esencial y habitual).
Si unimos pues las tres cuerdas, linguístico-semántica, metaphysica y teológica, comprendemos la
esencia de la modernitas y avizoramos el
continente de la post-modernidad, como un territorio enigmático habitado
por monstruos, pero también por hombres que serán reconquistados por el asilo
de la arkhé, de la sacralidad principial del noein, que pliega el decurrir de
las homeomerías en cosmos o diakósmesis
regenerativa. Prefiero intentar la
unión de las tres cuerdas formuladas, para cerrar esta nota con un parágrafo más ceñido propiamente
a la postmodernidad. Recorremos así
con discrimen analítico-sintético una
vasta curva, troquelada en definitiva por dos arbotantes: la antiquitas (arkhé), modernitas (homeomerías descontroladas del nous).
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En efecto, el principio
linguístico-semántico parece significar naturaliter una trascendencia
intraphysica e intrahistórica, por la coronación lingüística, específica
e incalculable del lenguaje poético. Este pues, en el seno histórico-physico de
las homeomerías, reanuda el vínculo con el nous.
Y siendo el mito y la metáfora constitutivos determinantes
de aquel lenguaje le confiere al hombre por el trámite del symbolon
cognitivo y operativo, acceso a la "vida
hyperbórea". Por esto pues la post-modernidad presentaría inequívocamente dos ritmos
contrastantes: uno de katábasis
y otro de anábasis, inextricablemente
urdidos en el seno de las homeomerías, y en
la repulsa o reconquista del nous y su noein operativo, esencia de la vida
hyperbórea según Píndaro, esencia de la dimensión theándrica del héroe (en la existencia de Bellerophonte o en la de Hércules).
Por el primer
ritmo pues la katábasis prolonga lo moderno, ya elucidado, en la
post-modernidad tecnotrónica, donde el artefacto daedalus pretende sustituir el nous para
asumir, abordar, regir los epifenómenos,
reluctantes y contrapuestos entre sí. Muere la semántica rerum creatrix, repliégase el nous y la
historia concéntrase como la historia
potens hominum para ensayar una deidad, que destruya definitivamente
la vida hyperbórea. Este ritmo de katábasis signa la post-modernidad, ya desembozada, o simplemente incoativa. Ella confiere una dispensación concentracionista
pero en detrimento del ser profundo del hombre, según se adviertan o dimensionen sus vías y sus corifeos.
En cualquier caso, es la
manifestación del fatum modernum.
El segundo ritmo, de anábasis, sería
connatural a la raíz lingüística que no puede
perecer, ni aun por regencia de lo anteriormente atribuido al ritmo katabático;
y connatural también physicamente a
la luz, que tampoco podría extinguirse, y cuyos ciclos, los de la luz,
son inmunes a la dispensación y confusión de
las homeomerías. Por donde el cosmos
physico, noético y semántico sería como dice Tucídides un ktema eis aei (un logro para siempre), o
como expresa un lyrico grecista en la modernidad
(me refiero a Keats) "a thing of
beauty is a joy for ever". Aquí radica el punto, espacio o rampa de apoyo para la anábasis (ascenso). La post-modernidad por ende, actuante ya o
incoativa, como advertí, exige de todo hombre libre por el noein
irrestricto un acto de selección que permita "la alternativa en la
katábasis", aunque a su ruta de descenso infernal sea imposible eliminarla o constreñirla; pero sí
puedo con giro reluctante desalojarla
de mi alma o mente o inteligencia, para compartir con otros hombres la aventura de la reconquista del nous. En el mar de las homeomerías sin
riendas noéticas somos como Odiseo con su
balsa en medio de la tempestad. Sólo
que -conviene subrayarlo- Odiseo eligió
ese camino riesgoso. Aquí, en la anábasis descripta, sigue vigente la antiquitas como hontanar, régimen de
ciclos luminosos, categoría hyperbórea precisamente para este segundo parámetro de la post-modernidad.
Sea como
fuere, mi breve reflexión intenta superar: 1) controversias estériles y
fragmentarias sobre la modernitas ut sic; 2) evadir el cerco de
la catástrofe, y por ende plantear una anábasis entitativa al margen del
pensamiento profético, que reanima de suyo otras alternativas que no es posible considerar aquí. En última instancia
están planteadas en mi libro Las
Fuentes de la Cultura, cuya redacción tiene ya casi treinta años. Y en
definitiva lo que nos urge y sobrelleva al
mismo tiempo en el seno de la post-modernidad,
tal como la concibo desde el pensar anaxagórico son las dos dimensiones el pensar simbólico: a) el symbolon cognitivo
per se; b) el symbolon operativo, que
anule el homo daedalicus, reduzca la
dispersión homeomérica, y desembarque en el
hogar vestálico del nous.
La anábasis es
pues posible, o sobrevendrá por efusión musical del "centro", o de la
"arkhé", o del héroe heráclico, reinstaurado para limpiar de
monstruos la tierra devastada y emponzoñada. En cuanto al primero, o sea, el
symbolon cognitivo, la post-modernidad los comporta, en el oleaje indiferente
de las homeomerías modernas. En cuanto al segundo, el symbolon operativo, sólo
los hyperbóreos que subsisten entre los hombre de la ferrea aetas, tecnotrónica ahora, conocen el camino del hymnein, el
maravilloso camino que recorre Perseo antes
de yugular a la Gorgona.
Es así el
contexto finimilenar, no lo podemos cambiar, pero podemos "oir y
ver", y sobre todo "noein". Este es por otra parte el destino de
América, Por sobre estos pormenores desplegaremos en otro momento y ricorso
nuestras reflexiones al borde del abismo.
Entretanto en lo profundo de nuestro corazón, entonamos un cántico
pindárico en celebración de la Hélade incólume en el océano de la postmodernidad.
La tectónica del nous habita pues en
nosotros, no en los artefactos.
Dr. CARLOS A.
DISANDRO
*Publicado en Ciudad
de los Césares N° 17, Marzo/Abril de 1991.
1 comentario:
Genial artículo, sobre todo para quienes conocimos la publicación a última hora. ¿Cual es el número de las páginas?
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