domingo, 18 de octubre de 2015


DE CIUDAD DE LOS CÉSARES


AL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL





El público puede llevarse sorpresas. Los nombramientos en el Tribunal Constitucional no son el más apasionante de los temas para la mayoría de los chilenos, que bien pueden incluso no sospechar la existencia de este importante y –en ciertos círculos- discutido organismo. El último de estos nombramientos constituyó una tempestad…, en un vaso de agua, por el momento. Pues, descubrió The Clinic online*, el recién nombrado tenía un escalofriante pasado: nada menos que redactor y colaborador por “al menos siete años” de Ciudad de los Césares. Y ocurre que esta revista, informa siempre The Clinic, está “catalogada dentro del grupo de producción (sic) política y cultural neonazi (sic) por organismos de inteligencia”. Tal parece haber establecido la llamada Agencia Nacional de Inteligencia, en un “documento secreto”, emitido (en agosto de 2012) a petición del Fiscal Nacional Sabas Chahuán y por denuncia (!) de la senadora Lily Pérez.
Desde luego, hay que distinguir. La opinión que merezca la institución del Tribunal Constitucional, o el sistema de nombramiento de sus miembros, es una cosa. Otra, que cualquiera de estos miembros tenga las opiniones políticas que quisiere tener, de acuerdo a su libertad de conciencia –y en una sociedad tan liberal como la chilena-; o que colabore o haya colaborado en las publicaciones en que lo haya tenido a bien. Y otra todavía, que la publicación a que en este caso se alude sea objeto, en esta liberal sociedad, de una   inquisición –en el sentido propio de la palabra-, con “documentos secretos” –esto es, no susceptibles de contraste o refutación-; y que, en virtud de ello, por las imputaciones que se le hacen, se pretenda que la dicha publicación sea proscrita de la comunión cívica y del trato entre gente decente. Este último punto es el que nos interesa.
Hablamos de lo que se tiene por un crimen de pensamiento ‒ya que no de obras. Y mientras un turiferario de Pol Pot puede recibir algo más que tolerancia, y un apologista del Estado de Israel puede hasta tener asiento en el Senado de la República, en casos como este no hay redención ni clemencia. Mas, ¿serán efectivos cargos tan graves?
Hasta cierto punto, el público debería sentirse tranquilizado: si uno de los redactores de una revista llega a un organismo como el Tribunal Constitucional, quiere decir que la tal revista no es un grupo de skin heads. The Clinic reconoce que Ciudad de los Césares se ha defendido del “mote” de hitleriana, pero la impresión que deja es que hace fe de las conclusiones de la citada agencia de inteligencia. Cierto, los datos que proporciona son en general correctos; pero el método de asociación culpable que maneja (The Clinic o su fuente) no es el más adecuado para definir un pensamiento: tal es hermano o amigo de tal, tal autor es leído también por tales, etc.









Ciudad de los Césares es una revista de ideas; pluralista en sus temas y puntos de vista, aunque claro que con posiciones tajantes en algunas materias; original –creemos- y novedosa en el medio chileno. En sus páginas se puede encontrar desde L. F. Céline hasta D. H. Lawrence; desde Alberto Edwards y Joaquín Edwards Bello hasta Armando Uribe y Miguel Serrano; de Carl Schmitt a Foucault; del Che Guevara a Osama bin Laden, de Hugo Chávez a Jean-Marie Le Pen; del revisionismo histórico al esoterismo, y del Seguro Obrero a Santa María de Iquique, entre muchos otros temas y figuras. Autores nacionales y extranjeros de prestigio la distinguen con sus colaboraciones. No es fácil –ni honesto- reducirla a uno solo de sus intereses, ni deducir de ello perversas afiliaciones.
Sin embargo, según las ocasiones, CC ha sido “acusada” de nazi, pagana, tradicionalista, islamista o  chavista –acusaciones no siempre compatibles entre sí, desde luego-; pero lo que los acusadores no han podido hacer en ningún caso es armar un expediente con las pruebas del caso. Sólo palabras.
Veamos como lo hace The Clinic. “Han realizado [los redactores de CC] diversos homenajes a Miguel Serrano y otros autores afines al Tercer Reich” –dice. Dejemos por el momento los innominados autores afines al Tercer Reich, que hay más sobre Miguel Serrano: “permanentemente elogiado en los textos [de la revista] y hasta entrevistado…” Como Miguel Serrano fue entrevistado también por The Clinic, no se comprende el punto; y son seguramente muchos los que han estado o están dispuestos a rendir homenaje y a elogiar al autor de Ni por mar ni por tierra y Las visitas de la Reina de Saba. Por lo demás, desde esa entrevista que cita The Clinic (de 1989), corrieron muchos números de CC sin que se hablara de Miguel Serrano; hasta sus últimos años, cuando publicó sus Memorias ­–todo un acontecimiento literario en su momento- y fue postulado al Premio Nacional de Literatura; y, evidentemente, también con ocasión de su muerte. CC no parece haber hecho nada muy diferente a otros medios.
¿Y los autores afines al Tercer Reich? Se queda uno esperando precisiones. Como no se trate de “autores como Ernst Jünger, Julius Evola y Carl Schmitt, además de los chilenos Bernardino Bravo Lira –que también colaboró con ella [con la revista]- y Mario Góngora” (la lista de The Clinic). Sólo que de estos ninguno fue o ha sido nazi; y Jünger todo lo contrario (fue cercano a los círculos que planearon el atentado contra Hitler en 1944). La posible excepción es Carl Schmitt; pero –aparte de que es un disparate considerarlo un “fiscal general del Tercer Reich”- se trata de un autor cuya obra filosófico-jurídica trasciende una ideología particular –como que es el maître-à-penser de uno de los autores del programa de Bachelet. En cuanto a Bravo Lira y a Góngora, se trata de dos Premios Nacionales de Historia, cuya obra es lo suficientemente amplia y reconocida en el país como para que tengan necesidad de justificación. En suma, a todos estos autores podemos considerarlos testigos de la defensa, más que de la acusación.
Queda todavía Nicolás Palacios. Además de ser un autor que, por problemas cronológicos, no podría considerarse afín al III Reich, sólo ha sido tratado en CC en tres números (70, 72,73), con ocasión del centenario de su obra Raza chilena; en ellos no sólo se analiza críticamente las tesis “racistas” de Palacios, sino que se recuerda que es el testigo principal de la matanza de la escuela Santa María de Iquique (1907), un ícono de la izquierda en Chile.
Aquí está el punto, precisamente: se puede hablar de Palacios o de Serrano –dos autores muy diferentes entre sí-, o del que sea; la cuestión es qué es lo que se destaca o aprecia en un autor. Muestre la acusación, si puede, cuánto hay de nazismo en las interpretaciones o en los comentarios de CC.
The Clinic es consciente, además, que en una nota de 2004 (N° 70) se “desmenuzó” (en realidad, trituró) no un libro, sino un paper académico (!), un esperpento titulado “El neonazismo en Chile”. Su demolición podría haber disipado cualquier duda al respecto, pero The Clinic rehusa ahondar en la materia.
Entonces, ¿qué queda del nazismo con que se “moteja” a CC? ¿Habrá que pensar en un cripto-nazismo, tan bien disimulado detrás de un mundo plural de ideas que se pierde de vista qué es la realidad y qué el disimulo? ¿Donde una Führerschaft secreta manipula a los incautos redactores (y lectores) que por casualidad no son nazis, hasta que alguno de ellos, más avisado, escapa, un poco como los prófugos de Colonia Dignidad? ¿O hasta que los zahoríes de la ANI, mediante la hermenéutica de textos en que son duchos, descubran la siniestra verdad? Nada de esto es serio.
Viejos tiempos

Finalmente: el flamante ministro del Tribunal Constitucional se ha defendido, por cierto, de los cargos que se le hacen. Se comprende que, por la emoción del momento, sus recuerdos puedan confundirse: no dejó de participar en CC “hace como veinte años”, puesto que todavía participaba en ella en 2010 (ver CC N° 91). Lo que sorprende son sus palabras: “me opuse siempre a cualquier intento de manifestación que pudiera interpretarse como apología o comprensión (?) beneficiosa de alguna ideología”. Es decir, nuestro ministro declara profesar la más completa neutralidad ideológica. Probablemente es lo que algunos esperan de un miembro del Tribunal Constitucional. Que todos se la crean, es otra cosa. Con seguridad, no es lo que ha pretendido nunca CC.R

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