DE CIUDAD DE LOS CÉSARES
AL TRIBUNAL
CONSTITUCIONAL
El público puede llevarse sorpresas. Los
nombramientos en el Tribunal Constitucional no son el más apasionante de los
temas para la mayoría de los chilenos, que bien pueden incluso no sospechar la
existencia de este importante y –en ciertos círculos- discutido organismo. El
último de estos nombramientos constituyó una tempestad…, en un vaso de agua,
por el momento. Pues, descubrió The
Clinic online*, el recién nombrado
tenía un escalofriante pasado: nada menos que redactor y colaborador por “al
menos siete años” de Ciudad de los
Césares. Y ocurre que esta revista, informa siempre The Clinic, está “catalogada dentro del grupo de producción (sic) política y cultural neonazi (sic) por organismos de inteligencia”.
Tal parece haber establecido la llamada Agencia Nacional de Inteligencia, en un
“documento secreto”, emitido (en agosto de 2012) a petición del Fiscal Nacional
Sabas Chahuán y por denuncia (!) de la senadora Lily Pérez.
Desde luego, hay que distinguir. La opinión que
merezca la institución del Tribunal Constitucional, o el sistema de
nombramiento de sus miembros, es una cosa. Otra, que cualquiera de estos miembros tenga
las opiniones políticas que quisiere tener, de acuerdo a su libertad de
conciencia –y en una sociedad tan liberal como la chilena-; o que colabore o
haya colaborado en las publicaciones en que lo haya tenido a bien. Y otra
todavía, que la publicación a que en este caso se alude sea objeto, en esta
liberal sociedad, de una inquisición
–en el sentido propio de la palabra-, con “documentos secretos” –esto es, no susceptibles
de contraste o refutación-; y que, en virtud de ello, por las imputaciones que
se le hacen, se pretenda que la dicha publicación sea proscrita de la comunión
cívica y del trato entre gente decente. Este último punto es el que nos
interesa.
Hablamos de lo que se tiene por un crimen de
pensamiento ‒ya que no de obras. Y mientras un turiferario de Pol Pot puede
recibir algo más que tolerancia, y un apologista del Estado de Israel puede
hasta tener asiento en el Senado de la República, en casos como este no hay
redención ni clemencia. Mas, ¿serán efectivos cargos tan graves?
Hasta cierto punto, el público debería sentirse
tranquilizado: si uno de los redactores de una revista llega a un organismo
como el Tribunal Constitucional, quiere decir que la tal revista no es un grupo
de skin heads. The Clinic reconoce que Ciudad
de los Césares se ha defendido del “mote” de hitleriana, pero la impresión
que deja es que hace fe de las conclusiones de la citada agencia de
inteligencia. Cierto, los datos que proporciona son en general correctos; pero el
método de asociación culpable que maneja (The
Clinic o su fuente) no es el más adecuado para definir un pensamiento: tal
es hermano o amigo de tal, tal autor es leído también por tales, etc.
Sin embargo, según las ocasiones, CC ha sido “acusada” de nazi, pagana, tradicionalista,
islamista o chavista –acusaciones no
siempre compatibles entre sí, desde luego-; pero lo que los acusadores no han
podido hacer en ningún caso es armar un expediente con las pruebas del caso.
Sólo palabras.
Veamos como lo hace The Clinic. “Han realizado [los redactores de CC] diversos homenajes a Miguel Serrano y otros autores afines al
Tercer Reich” –dice. Dejemos por el momento los innominados autores afines al
Tercer Reich, que hay más sobre Miguel Serrano: “permanentemente elogiado en
los textos [de la revista] y hasta entrevistado…” Como Miguel Serrano fue
entrevistado también por The Clinic, no
se comprende el punto; y son seguramente muchos los que han estado o están
dispuestos a rendir homenaje y a elogiar al autor de Ni por mar ni por tierra y Las
visitas de la Reina de Saba. Por lo demás, desde esa entrevista que cita The Clinic (de 1989), corrieron muchos
números de CC sin que se hablara de
Miguel Serrano; hasta sus últimos años, cuando publicó sus Memorias –todo un acontecimiento literario en su momento- y fue
postulado al Premio Nacional de Literatura; y, evidentemente, también con
ocasión de su muerte. CC no parece
haber hecho nada muy diferente a otros medios.
¿Y los autores afines al Tercer Reich? Se queda
uno esperando precisiones. Como no se trate de “autores como Ernst Jünger,
Julius Evola y Carl Schmitt, además de los chilenos Bernardino Bravo Lira –que también
colaboró con ella [con la revista]- y Mario Góngora” (la lista de The Clinic). Sólo que de estos ninguno
fue o ha sido nazi; y Jünger todo lo contrario (fue cercano a los círculos que
planearon el atentado contra Hitler en 1944). La posible excepción es Carl
Schmitt; pero –aparte de que es un disparate considerarlo un “fiscal general del
Tercer Reich”- se trata de un autor cuya obra filosófico-jurídica trasciende
una ideología particular –como que es el maître-à-penser
de uno de los autores del programa de Bachelet. En cuanto a Bravo Lira y a
Góngora, se trata de dos Premios Nacionales de Historia, cuya obra es lo suficientemente
amplia y reconocida en el país como para que tengan necesidad de justificación. En suma, a todos estos autores podemos
considerarlos testigos de la defensa, más que de la acusación.
Queda todavía Nicolás Palacios. Además de ser un
autor que, por problemas cronológicos, no podría considerarse afín al III
Reich, sólo ha sido tratado en CC en
tres números (70, 72,73), con ocasión del centenario de su obra Raza chilena; en ellos no sólo se
analiza críticamente las tesis “racistas” de Palacios, sino que se recuerda que
es el testigo principal de la matanza de la escuela Santa María de Iquique
(1907), un ícono de la izquierda en Chile.
Aquí está el punto, precisamente: se puede hablar
de Palacios o de Serrano –dos autores muy diferentes entre sí-, o del que sea;
la cuestión es qué es lo que se destaca o aprecia en un autor. Muestre la
acusación, si puede, cuánto hay de nazismo en las interpretaciones o en los
comentarios de CC.
The Clinic es
consciente, además, que en una nota de 2004 (N° 70) se “desmenuzó” (en
realidad, trituró) no un libro, sino un paper
académico (!), un esperpento titulado “El neonazismo en Chile”. Su demolición
podría haber disipado cualquier duda al respecto, pero The Clinic rehusa ahondar en la materia.
Entonces, ¿qué queda del nazismo con que se
“moteja” a CC? ¿Habrá que pensar en
un cripto-nazismo, tan bien disimulado detrás de un mundo plural de ideas que
se pierde de vista qué es la realidad y qué el disimulo? ¿Donde una Führerschaft secreta manipula a los incautos
redactores (y lectores) que por casualidad no son nazis, hasta que alguno de
ellos, más avisado, escapa, un poco como los prófugos de Colonia Dignidad? ¿O
hasta que los zahoríes de la ANI, mediante la hermenéutica de textos en que son
duchos, descubran la siniestra verdad? Nada de esto es serio.
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Viejos tiempos |
Finalmente: el flamante ministro del Tribunal
Constitucional se ha defendido, por cierto, de los cargos que se le hacen. Se
comprende que, por la emoción del momento, sus recuerdos puedan confundirse: no
dejó de participar en CC “hace como
veinte años”, puesto que todavía participaba en ella en 2010 (ver CC N° 91). Lo que sorprende son sus
palabras: “me opuse siempre a cualquier intento de manifestación que pudiera
interpretarse como apología o comprensión (?) beneficiosa de alguna ideología”.
Es decir, nuestro ministro declara profesar la más completa neutralidad
ideológica. Probablemente es lo que algunos esperan de un miembro del Tribunal
Constitucional. Que todos se la crean, es otra cosa. Con seguridad, no es lo
que ha pretendido nunca CC.R
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