lunes, 13 de mayo de 2019


APRESTOS PARA UNA (RE) LECTURA DE
 CABALGAR EL TIGRE

Cuando ya había sido publicado el N° 16 de Ciudad de los Césares, dedicado a Julius Evola, hemos recibido el siguiente texto, enviado por su autor, nuestro amigo Om Ar, de Milán (autor también de "Pensamiento e Historia, Apuntes a partir de la cuestión de Heidegger y el nazismo", CC N° 14). Este artículo forma parte del volumen colectivo Tradizione e/o Nichilismo (NdlR.).

l
a centralidad, casi unánimemente reconocida, de Cavalcare la tigre (Orientamenti esistenziali per un'epoca della dissoluzione, 1961) al interior de la obra de Julius Evola consiste, a nuestro parecer, en la dialéctica absolutamente problemática entre nihilismo y Tradición. Tal problematicidad en el libro no es enteramente evidente: Evola es un pensador para nada prudente; es audaz, es decidido, es frío, es lúcido; en esto consiste su grandeza, pero también, de algún modo, su límite. Desde el primer parágrafo, "Mundo moderno y hombres de la Tradición", los términos de la cuestión son propuestos en una forma muy determinada. Después de haber señalado al "particular tipo humano" al cual se dirige, se afirma: "El puesto natural de este hombre, la tierra en la cual no sería extranjero, es el mundo de la Tradición. Tradición: esta expresión es usada aquí con un significado específico, precisado por nosotros en otras ocasiones..."[1]. El punto de partida es, por lo tanto, el sentimiento de extrañeza de un cierto tipo de hombre frente al mundo que lo circunda; pero esta extrañeza no es profundizada como malestar o angustia existencial, sino enseguida reducida a fenómeno limitado y epocal ante la sempiterna estabilidad del lugar en el que se reconoce la patria propia.
Ningún problema, ninguna oscilación: la verdad es dada de una vez por todas esencialmente, origi
nariamente, y es fundamento, es norma, es Heimat. Si el hombre moderno experimenta la condición de Heimatlos, de desarraigado, de arrancado, esto no tiene ninguna relevancia teórica y se relaciona exclusivamente a la actual obscuridad de la contingencia histórica, y en ningún caso podría tocar la superior determinación metafísica.
"La patria hace a los hombres extravagantes", escribe un poeta ignoto. La extravagancia consiste en el hecho de que, cuando se está en casa, nos olvidamos haber sido peregrinos nómadas. Gottfried Benn, un poeta conocido, dice por su parte: "Cuando pases solo la noche, / y has bebido un poco, pero no estás ebrio / en medio de nieve, polvo y pavesas, / Dios sabe de donde, toma el camino a casa"[2]. "Dios sabe de donde, gottweisswoher; ¿pero existe un dios que sepa de qué lugar el hombre moderno toma la propia Heimweg, readquiera la patria perdida de los valores trascendentes? Cierto que este hombre ha pasado solo la noche del exilio y está también un poco bebido, su camino hacia casa procede entre nieve, polvaredas y pavesas; en esto consiste su afán, la enormidad de su esfuerzo. El pensamiento de Federico Nietzsche está signado dolorosamente por esta fatiga, es el pensamiento de un hombre bebido, mas no ebrio, perdido en la noche, que busca una casa; un pensamiento que ya avanza hacia casa. Evola se mueve desde el mismo lugar de Nietzsche, acaso apenas más adelantado en cuanto absolutamente consciente de la profundidad de las tinieblas; pero vence la embriaguez, supera las dificultades y arriba rápidamente a la patria de la Tradición; de aquí comienza la fase fundada y fundante de su pensamiento.
Evola ha sido un dadaísta; quien escribe lo conoció inicialmente en cuanto tal, en una época en la que no se engañaba sobre las valencias teóricamente nihilistas de esta "corriente de la vanguardia artística". Sin embargo, el pensador maduro, el "tradicionalista", no parece agregar mayor importancia a tal circunstancia, y hay siempre una especie de reticencia a hablar de la propia tradición/patria como de un arribar, de un claro en el bosque alcanzado después de un duro camino en la obscuridad. Esto, desde el punto de vista del Evola que ha tomado posición en la Tradición, y que pro-pone el Valor tradicional, es del todo legítimo; tanto más que en algún escrito autobiográfico más estrictamente privado se muestra increiblemente desenvuelto a este respecto. En la presentación de 1963 a la republicación de La parole obscure du paysage intérieur, a propósito de la propia militancia dadaísta, escribe: "Ahora, quien llegue a saber de tal actividad mía acaso se asombre, considerando que aquélla esté en abierta contradicción con las ideas sucesivamente defendidas por mí, en particular las 'tradicionales' y de 'rebelión contra el mundo moderno'" [3]. En cambio, subraya la continuidad del propio trayecto y precisa que "ya hacia 1921 interrumpí bruscamente toda actividad en ese dominio al margen del arte y, después de un punto muerto, llevé el impulso que la había suscitado a otros planos, sin desviarlo no obstante" (ibidem, p. 8). Evola había comprendido que "el punto central, más allá del caos o en medio del caos, debía ser la voluntad lúcida (...). Ciertas escoriaciones místicas no faltaron en mi posición de entonces; sin embargo, la tendencia de base fue esencialmente la ahora señalada" (ibidem, p. 9).
De todo esto en Cabalgar el tigre no se dice una palabra, como es justo: la Tradición es puesta al frente como valor (aparentemente) dado, contra la decadencia occidental. Y esto es todo. Sería absurdo que no fuese así; es como si el remitente, en el sobre de la carta, después de su nombre, en lugar del domicilio escribiese la historia de cómo ha logrado encontrar la casa en la que habita. Cabalgar el tigre es precisamente, en efecto, una carta dirigida al mundo moderno y en torno al mundo moderno, cuyo remitente habita la casa, la patria de la Tradición. Una casa, bien entendido, absolutamente interior, una patria virtual por entero, dada la adversidad de las contingencias históricas. El riesgo, sin embargo, es que al lector poco perpicaz escape la problematicidad esencial de este habitar y en qué modo él permanece entrelazado a una precedente, aun si no aparente, condición de nomadismo. Cierto, Evola abrevia y habla de Tradición tout court, pero ello no debería hacer resbalar a algún "tradicionalista" en la presunción de que la Tradición sea un valor dado de una vez por todas, una patria determinada e inmóvil en la que se habita desde siempre y con la mayor naturalidad, sin dificultad, sin vacilación. La única manera de escapar de esta caduca presunción, evolística y no evoliana, es precisamente la de tener siempre bien presente el recorrido de Evola a partir del nihilismo (activo) de Nietzsche; lo que significa, a juicio nuestro, entender el valor como acto de posición, noción ésta sobre la cual debemos remitir a otros escritos nuestros. Pero vayamos al texto y a algunas de sus dificultades.

De   Guénon   a  Heldegger
Comencemos con una frase iluminante, que muchos contemporáneos deberían aprenderse de memoria; se refiere a la añosa cuestión de las "Tradiciones accesibles" a los occidentales: "El 'mito del Oriente', fuera de círculos de estudiosos y de cultores de disciplinas metafísicas, es, por consiguiente, falaz (...) no hay otra civilización que pueda servir de apoyo, debemos enfrentar solos nuestros problemas (...) el proceso descendente de la edad obscura en sus fases terminales ha obrado primero entre nosotros; por esto, no está excluido que entre nosotros también se supere los primeros el punto cero..." (Cabalgar... p. 19). No nos parece necesario agregar ningún comentario, si no una aún más precisa toma de posición evoliana, que compartimos plenamente, frente al optimismo de René Guénon acerca de la posibilidad de una iniciación de parte de organizaciones cualificadas en los tiempos actuales: "Por nuestra cuenta, consideramos en cambio que, en nuestros días, ello prácticamente debe ser casi excluido en razón de la inexistencia casi completa de las organizaciones señaladas (...). Por lo que respecta otras áreas, sobre todo el Oriente, éstas se han vuelto cada vez más raras e inaccesibles (...) Guénon no ha visto la situación en términos tan pesimistas a causa de dos equívocos. El primero deriva de que no considere la iniciación en el solo sentido integral y actual antes indicado, y que introduzca el concepto de una 'iniciación virtual' (...) El segundo (...) de suponer que la trasmisión de la antedicha fuerza sea real también en el caso de organizaciones que tuvieron en otro tiempo un auténtico carácter iniciático, pero que ya hace mucho han entrado en una fase de extrema degeneración..." (ibidem, p. 213).
Pasemos a otra cosa. En una vasta sección de su libro, Evola se ocupa de ajustar las cuentas con la filosofía "existencialista", moviéndose con una notable largueza de miras en un terreno entonces aún bastante magmático. Es a causa de esto, probablemente, y también seguramente a causa del provincialismo en que yacía y yace todavía la cultura italiana, que nuestro autor no distingue de manera suficiente las peculiaridades de los autores con los cuales trata; en particular no parece distinguir un existencialismo humanístico (Sartre) de uno, digámoslo así, metafísicamente orientado (Heidegger).
Evola habla de hecho, a propósito del existencialismo en general, de "la afirmación del primado 'óntico-ontológico' de aquel ser concreto e irrepetible que nosotros siempre somos. Esto se expresa también diciendo que 'la existencia precede a la esencia'" (ibidem, p. 81). Pero Heidegger escribe precisamente: "La proposición principal de Sartre, acerca del primado de la existencia sobre la esencia justifica el nombre de 'existencialismo' como título adecuado para esta filosofía. Pero tal existencialismo no tiene nada en común con la posición de la existencia en Ser y Tiempo"[4]. Y sobre esta posición suya en su libro más conocido, poco antes había especificado: "En Ser y Tiempo está subrayada la frase "la esencia del Ser (Dasein) está en su existencia'. Pero aquí no se trata de una contraposición de essentia y existentia, prque estas dos determinaciones metafísicas del ser, mucho menos aún su relación, no se han puesto en cuestión" (ibidem, p. 21).
Ahora bien, si Heidegger es siempre tratado con máximo respeto por Evola, no obstante encontramos en el libro expresiones como "... el uso de una terminología arbitraria inventada expresamente, que en especial en un Heidegger, es de una inconcebible cuanto superflua e insoportable abstrusidad" (Cabalgar... p. 80). En otra parte se habla de la "extraña valorización heideggeriana de la angustia frente a la muerte" (ibidem, p. 216). Son palabras poco sutiles, cierto, que no esperaríamos de un pensador como Evola, el cual por lo demás se mete a una cerrada confrontación con la abstrusidad y la extrañeza de Heidegger, mostrando, a nuestro juicio, que desgraciadamente mal entiende el mejor espíritu de aquél; el nudo del agón se refiere a la señalada cuestión de la angustia.
Como decíamos al comienzo, la extrañeza respecto del mundo circunstante del hombre al cual se dirige nuestro autor no se confunde jamás con un malestar o una angustia existencial; aquello que se muestra en "un tipo humano integrado: el cual ignora la angustia, por consiguiente también el temor (...) Frente a la idea de muerte (...) la primera prueba por dar se refiere naturalmente al comprobar en sí la incapacidad justamente de aquella angustia que, en cambio, según Heidegger, se debería 'tener el coraje de probar'" (ibidem, pp. 86 y 215). Tal angustia "sería también la suscitada por el acto o elección con el cual obscuramente se ha querido ser aquello que se es (...) ideas que en realidad derivan de una encubierta, tenaz subsistencia de la orientación religiosa extrovertida, y propiamente de aquel sucedáneo de la idea del pecado original que está dado por el axioma de Spinoza: Omnis determinado est negatio (...). Como es claro, semejante orden de ideas puede programárselo sólo un tipo humano descentrado respecto a la trascendencia..." (ibidem, p. 92) Para Evola, "los pocos motivos positivos que afloran casualmente en Heidegger están, por lo tanto, neutralizados por una limitación esencial" (ibidem, p. 97).
En verdad, es innegable que en el conjunto los reproches al existencialismo son enteramente apropiados y pertinentes y así también, tal vez, la crítica a ciertas posiciones heideggerianas; sin embargo, a juicio nuestro, es posible un encuentro entre Evola y Heidegger, si sacamos drásticamente a este último de la compañía existencialista, si nos sacamos de la cabeza la palabra existencialismo, si logramos permanecer a la altura de un pensamiento sólo inaugurado en Ser y Tiempo. Entonces nociones como "ser para la muerte", "lanzamiento", "situación emotiva", "estaticidad horizontal" y "ser-ahí" podrían ser asumidas útilmente también por el tipo evoliano; más aún, para decirlo todo, consideramos que necesariamente deben ser tenidas presente en el contexto de la época actual. Se trata sólo de ser cuidadosos.

La vía  del  superhombre
Evola señala los "rasgos positivos de la vía del superhombre" nietzscheano: "... la ascesis natural y libre, dirigida a probar las propias fuerzas juzgando 'la potencia de una voluntad por el grado de resistencia, por el dolor, el tormento que se sabe soportar para volverlo en ventaja propia' (...) el principio de no obedecer a las pasiones, sino de tenerlas sujetas ('la grandeza de carácter no consiste en el no tener aquellas pasiones -es necesario poseerlas en máximo grado, pero tenerlas sujetas...')" (ibidem, p. 51-52). Más adelante nuestro autor habla de un "apolinismo dionisíaco": "Si bien con las habituales, peligrosas mezcolanzas, Nietzsche ha hablado frecuentemente en términos análogos del 'alma dionisíaca' (...) tomándose la existencia en todos sus aspectos, cual es, 'sin deducciones, excepciones o elecciones'. El campo de los sentidos no está excluido, sino incluido. Dionisíaco '"es el estado en que el espíritu se reencuentra a sí mismo hasta en los sentidos, así como los sentidos se reencuentran en el espíritu' (...). La dimensión de la trascendencia (...) preverá todo ensimismamiento ebrio con la fuerza de la vida (...). Hay, por consiguiente, la coexistencia de un apartamiento con la experiencia plenamente vivida, el connubio recurrente entre el calmo 'ser' y la substancia de la vida" (ibidem, p. 67-68). Cualquiera experimenta cotidianamente el ineludible reclamo de los sentidos, y esto es humano, trágicamente humano; y no es difícil sucumbir a la experiencia de la ineptitud por la cual nos encontramos cara a cara con la patente incapacidad de ordenar las propias pasiones. No son las desnudas y brutales pulsiones físicas aborrecidas por el cristianismo las que nos turban, cuanto la continua oscilación de los estados de ánimo, la alternancia repentina de condiciones "esténicas" y "asténicas", el sobrevenir sentimientos como la angustia, de la cual no nos damos una razón. Pero tales sentimientos, como los apetitos carnales, son absolutamente propios del hombre, no atañen superficial o casualmente su más propia esencia. Así como hemos aprendido de Nietzsche a no devaluar nihilísticamente nuestro ámbito corpóreo, debemos también ser capaces de prestar atención a la verdad de las vituperadas "disposiciones de ánimo". Esto, sin embargo, no significará, como tampoco para las pulsiones sensuales, abdicar ante ellas y someterse a ellas; será necesario "volverlas en ventaja propia", ordenándolas según un principio superior, eso que Evola llama "la dimensión de la trascendencia". También Heidegger escribe: "Ser-ahí quiere decir: encontrarse retenido interiormente en la nada. Teniéndose interiormente en la nada el ser existencial está ya sobre y más allá del ente en la totalidad. Este ser el ente 'más allá y sobre' lo llamamos Trascendencia"[5].
El pensador italiano, a propósito del problema del sentido de la vida, después de haber precisado que "este sentido no es, por lo tanto, dado por algo extrínseco y extemo", sino que "en el área existencial aquí examinada tal sentido no puede ser dado más que de la misma dimensión de la trascendencia directamente percibida por el hombre como la raíz de su ser, de su 'naturaleza propia'", concluye: "comporta una justificación absoluta, un crisma indefectible e irrevocable, la destrucción definitiva del estado de la negatividad y de la problemática existencial" (Cabalgar... p. 64-65). ¿Que sería, empero, de esta integridad alcanzada, de esta Überwindung, de esta victoria, de esta superación, sin que continuamente la vida reabriese el desafío y obligase e impusiese el salvaguardar la posición conquistada? ¿No se correría el riesgo de que ella se aproximase peligrosamente a ciertas salidas religiosas del existencialismo, bien estigmatizadas en el libro? "A este precio, a la angustia, a la inquietud del vivir, del buscar y del tender substituiría un estado de paz, del cual sería difícil no advertir el fondo cristianizante" (ibid., p. 99). No es, por consiguiente, a una tal paz que hay que mirar, sino a una persuasión fundada y fundante, que permanece intacta frente al humano persistir de la oscilante emotividad; ni es ningún caso decidido que tal persuasión sea un bien inalienable. No es, en efecto, de una patria marcada sobre el mapa de una vez por todas por algún dios que estamos hablando, sino de un territorio en cuyos confines es necesario luchar continuamente para mantener su soberanía; y esta lucha es lo que de más propio y precioso toca al hombre, toda otra beatitud cobarde corresponde a la paz de los sentidos de un eunuco, beatitud inhumana que nadie puede desear para sí.
En la p. 216 del libro en examen se apunta a Lucrecio y a su tentativa de proscribir las angustias y superticiones humanas; pero, ¿en qué consiste el éxito - incluso literariamente más relevante - de esta tentativa, a través del De rerum natura, si no en la descripción admirable de los movimientos interiores, de los trastornos, de las perturbaciones individuales, toda esa danza de sentimientos que los hombres de todo tiempo conocen tan bien? Cierto, no podemos quedarnos allí y dejarnos aniquilar por las consecuencias de nuestra aparente finitud; debemos y podemos ir más allá; pero es sólo no desconociendo la verdad de ciertos estados de ánimo que se puede acceder a una más alta soberanía, así como en el itinerario místico de Juan de la Cruz la unión luminosa con Dios es precedida y hecha posible por la noche obscura del sentido y del espíritu.
No de otra manera son las cosas en cuanto a la relación entre ser y devenir, o bien, en términos heideggerianos, en cuanto a la relación entre el ser y el tiempo. Para Evola "Heidegger habla precisamente de una estaticidad horizontal en la temporalidad, dice que el ente que cada uno es no es temporal, porque se encuentra casualmente en la historia, pero que lo es en su mismo fundamento (...) este angustiado remitirse, para ser, al devenir..." (ibid., p. 87). Ahora bien, no es posible aquí rehacer las etapas a través de las cuales la noción dada de ser en Occidente se ha revelado vana; sea como fuere, a nosotros nos parece que Heidegger es hasta hoy el pensador que ha logrado más persuasivamente intentar de aquél una reproposición no nihilista y de la mayor solidez ontológica; es decir, exactamente lo opuesto de un "angustiado remitirse " del ser al devenir, más bien una noción lúcida de ser que arregla debidamente las cuentas con las angustiantes oscilaciones del devenir, llegando a fundarse y a hacer de fundamento. Es en Evola, en cambio, que la referencia al ser parece siempre algo demasiado pacífica y, en todo caso, no captada en su espesor de problema.



Personalidad   e   impersonalidad
En una precedente recensión nuestra[6], escribíamos de la soledad esencial del pensador; también respecto de este ensayo se plantea la cuestión. Leamos el texto: "Heidegger habla del estado de inautenticidad, de desfallecimiento, de 'cobertura' de sí mismo o de fuga de sí mismo precisamente al encontrarse, al 'ser lanzado' en la anodina existencia pública cotidiana con sus 'evidencias', sus chacharas, sus equívocos, sus enredos, sus utilidades, sus formas de 'tranquilización' y de 'deyección', con sus diversiones de evasión. El existir auténtico se anuncia y se propone cuando (...) se ha reclamado al problema del propio ser más profundo, más allá del Yo social y de sus categorías" (Cabalgar..., p. 81). Evola precisa que "la afinidad de este orden de ideas con las posiciones ya definidas por nosotros es, con todo, relativa..." (ibid., p. 82). En efecto, nuestro autor da por fijada "la afirmación de la propia naturaleza y de la propia ley y (...) el rechazo de todas las doctrinas y normas que pretenden tener una validez universal abstracta y normativa" (ibid, p. 81); pero entiende de modo totalmente accidental este remitirse del individuo a sí mismo, conectándolo prioritariamente a la obscuridad de las contingencias. Así, después de haber distinguido con cuidado entre persona e individuo, se expresa duramente contra todo "culto del Yo", de los "héroes", de los "genios", de la "nobleza del espíritu" y de la "personalidad" en el nombre de  una "anonimía activa recurrente en las civilizaciones tradicionales, definiendo una dirección opuesta a toda acti­vidad, creatividad o afirmación basada simplemente sobre el Yo. Y el señalado convertirse, paradojal en apariencia, de los seres personales y de los seres impersonales, se revela en el hecho de que existe verdaderamente una grandeza de la personalidad allí donde es visible la obra más que el autor, lo objetivo más que lo subjetivo (...) el estilo de la anonimía se ha realizado también en el dominio especulativo cuando se considera obvio que lo que es pensado según verdad no puede ser firmado por el nombre de un individuo" (ibid., p. 110).
Es posible, por cierto, que quien escribe reste aún demasiado existencialmente envuelto en la frecuentación juvenil de un Kierkegaard o de un Stirner, con sus respectivos reclamos a la irreductible singularidad del "individuo" y a la propiedad del "Único"; en cualquier caso, la eventualidad de que, en una condición normal, la verdad pueda darse bellamente como hecho público, es algo que no nos persuade completamente. A nuestro juicio, el pensamiento es esencialmente una aventura privada; esto es, puede darse con rigor sólo en la autenticidad de un itinerario individual, lo que no deja de tener alguna relación con el ámbito circunstante: en un sentido porque todo pensador permanece hijo de su tiempo y, en otro, porque, de todos modos, el pensar termina por mover aquello que es público y hasta político y económico.
Sería hasta demasiado fácil corroborar nuestra posición retomando a un cierto joven Evola, y no nos referimos aquí al dadaísta, sino a aquel idealista sui generis, un Evola stirneriano que citaba a Otto Weininger: "El retirarse asustado ante el solipsismo es la impotencia para dar un valor independiente al ser, la incapacidad de una soledad opulenta, la necesidad de ocultarse en la multitud, de desaparecer, de zambullirse en el número. Es vileza"[7]. (Es notable que en este texto que se remonta a 1925 se lea una indicación del "ser ahí" del Dasein -p. 37,- término cuya relevancia filosófica procede del Heidegger de Ser y Tiempo, publicado en 1927). Sería demasiado fácil y estéril contraponer Evola a Evola, en cambio "se trata de colocar cada cosa en su justo lugar" (La parole... p. 8).
Nosotros queremos recordar más bien al lector, no tanto el caso de la muerte famosa, por mano pública, de Sócrates, como las infaustas vicisitudes políticas de su discípulo Platón: "... en Tarento tuvo contactos con el pitagórico Arquitas y en Siracusa se hizo amigo de Dion, pariente y consejero del tirano Dionisio (...). En el 367 realizó otro viaje a Siracusa; entonces estaba en el poder allí el joven Dionisio n y Platón esperaba guiarlo a una reforma del Estado; pero el intento no tuvo éxito (Dion fue exiliado y Platón retenido hasta el 365). Del 361 es un tercer viaje a Siracusa; en el intento de defender a Dion, Platón arriesgó la vida y sólo la intervención de Arquitas le permitió volver a la patria"[8]. El problema es complejo y viene a tocar las Fantasías de una cultura, de cualquier modo no histórica, absolutamente orgánica y jerárquicamente ordenada; cuestión gravísima que preferimos dejar abierta.
En todo caso, para lo que concierne la contingencia actual, la enseñanza evoliana es absolutamente irreprensible: sea en relación con la apoliteia[9] (9) radical del individuo diferenciado, en el sentido preciso de estar fuera, pero asimismo "contra la 'sociedad', contra esta sociedad" (Cabalgar..., p.179), sea respecto a la cuestión de las relaciones entre los sexos. Esta permanecía y permanece pesadamente marcada por el nihilismo ético cristiano y por las correspondientes "emancipación" y "desinhibición" modernas, hasta el punto de volver de una importancia absurda este dominio en una época y en un ambiente en los que otros valores han desaparecido del todo. Evola advierte: "En la mujer verdadera –típica, absoluta- fue reconocida, en efecto, la presencia de algo espiritualmente peligroso, de una forma fascinante y también disolvente; lo que explica la actitud y los preceptos de esa particular línea de ascesis que enfrentó el sexo y la mujer, como para habérselas directamente con el peligro. El hombre que no ha elegido ni la vía de renuncia al mundo, ni la de un impasible apartamiento del mundo, puede afrontar el peligro y también aquí extraer del tóxico un alimento de vida, si usa el sexo sin volverse su esclavo y si tiene el modo de evocar sus dimensiones profundas, elementales, en un cierto sentido transibiológicas" (ibid., p. 201).
Y no se deja de señalar como los procesos en curso pueden ir al encuentro de la exigencia "relativa a relaciones más claras, libres y esenciales, más allá tanto del moralismo como de las escamaciones del sentimentalismo y del "idealismo" burgueses (ibid. p. 202) Relaciones que "tengan un carácter de evidencia, basándose, por el lado social y ético, sobre lealtad, camaradería, independencia y coraje, restando siem­pre la conciencia propia del ser –el hombre y la mujer- dos seres de vías distintas que, en el mundo en disolución, pueden superar su fundamental aislamiento existencial sólo a través de aquello que deriva de la pura polaridad sexual" (p. 200). Por nuestra parte, frente a tantas parejas de personas perdidas la una en la otra, para las cuales el amor no es más que el paliativo con el que suplir una profunda incapacidad de conducirse por sí en la existencia, con las solas fuerzas propias, nos parece importante subrayar esta llamada evoliana al "fundamental aislamiento existencial" y a aquello que Nietzsche llamaba el pathos de la distancia.



El   problema   de   la   decadencia
Por lo menos una otra cuestión a partir de Cabalgar el tigre exige ser tocada en estas notas. Entre los numerosos y rigurosos apuntes críticos a Nietzsche, Evola dice: "Aquí todo el mundo de los valores 'superiores' es interpretado como el reflejo de una 'decadencia'. Pero al mismo tiempo en esos valores se ven también los instrumentos, las armas de la voluntad de potencia enmascarada de una parte dada de la humanidad, la cual, usándola, ha socavado otra parte de ella, afirmadora de la vida y de ideales próximos a los del superhombre. El mismo instinto de la 'decadencia' se presenta, por consiguiente, como una variedad particular de la 'voluntad de poder' (...). ¿Por qué la 'decadencia' debería ser un mal? Todo es vida, todo es justificable en términos de vida, si de veras ésta es asumida en su realidad desnuda, irracional, fuera de toda 'teología' y 'teleología', como Nietzsche habría querido" (ibid., p. 42).
Ahora bien, la crítica al aparente inmanentismo de un cierto Nietzsche es del todo pertinente, pero no es sobre ésto que queremos detenernos, sino sobre el problema de las técnicas de la potencia. De qué modo se pueda sacar fuerza de una debilidad, y a qué nivel esto haya epocalmente llegado en Occidente, a ello apuntábamos comentando el film Coup de Torchon [10]. A nuestro juicio la cuestión, aún antes de hacer referencia a valores trascendentes –deteniéndonos, digámoslo así, en el plano inmanente nietzscheano-, puede ser encuadrada no equívocamente de este modo: "... en aquello que nosotros ponemos como el normal contraste de las potencias, se coloca sin embargo la oculta potencia de la debilidad, que partisanamente contrastamos; no ya, propiamente en nombre de la potencia, sino, por así decirlo, en nombre del contraste mismo, que exige nuestra contraposición. El pensamiento de la debilidad, mal entendiendo su esencia de potencia, no ve la autenticidad del contraste e impone su intención determinada como la única admisible, presumiendo además que en ella estén contenidas todas las posible intenciones del mundo, un poco como en el caso de ciertas señales de tránsito absurdas, las cuales, indicando en un sentido particular, llevan escrito 'para todas las direcciones', siendo evidente que, de querer dirigirse uno en la dirección opuesta a la indicada en la señal, iría en un sentido no comprendido en las todas que aquella pretendía indicar"[11] (11). El lector notará que, en las últimas líneas, nos referimos también a la presunción de libertad en tiempo de democracia; en cualquier caso, entendámonos,
no se trata para nosotros censurar la décadence cristiana como debilidad; en verdad ella es una forma disfrazada de potencia, que, sin embargo, engañando y engañándose, niega el contraste de las potencias como condición normal de la vida. En esta medida puede restar fundada la objeción nietzscheana al cristianismo, aun si no negamos que "el normal contraste de las potencias" es en todo caso un valor puesto y, por lo tanto, ya situado en un contexto metafísico.
Concluyamos. En muchas cuestiones que no hemos querido considerar, Cabalgar el Tigre, que se presenta, no obstante, como un ensayo algo desarreglado y ocasional (sobre todo en la segunda parte), es de una lucidez doctrinaria incomparable, por lo cual no se puede sino remitir a su lectura. Si, en síntesis, queremos intentar formular la enseñanza esencial del libro, podemos emplear de él una última formidable cita: "El existencialismo es una proyección del hombre moderno en crisis, no ya del hombre moderno más allá de la crisis. Absolutamente lejano de esto se encuentra, sea quien ya dispone de esa tan natural como desapegada dignidad interna, de la cual se ha hablado, sea quien 'por largo tiempo erró en tierra extranjera, disperso entre las cosas y las contingencias', quien a través de crisis, pruebas, errores, destrucciones, superaciones ha retornado a sí, ha reencontrado el Sí, y en el Sí, en el ser, de nuevo se ha estabilizado de modo calmo e inconmovible. Absolu­tamente lejano de ello está el hombre que ha sabido dictarse una ley a sí mismo desde lo alto de una superior libertad, tanto como para poder andar sobre aquella cuerda tendida sobre un abismo, de la que se dijo: 'Peligroso es ir de un lado a otro, peligroso el encontrarse en el medio, peligroso el temblar y el detenerse'": (p. 101).
Abriendo estas notas hablábamos del problema de la casa/patria (Heim/Heimat), observando cómo un cierto Evola no parece darle ninguna dignidad. En cambio, como hemos visto en otros lugares y como este último trozo confirma, el mejor Evola se dirige precisamente a quien, después de un largo exilio, ha arribado al fin a la propia casa/patria interior. No se captaría la verdad profunda de este habitar actual si no se tuviese presente de continuo el fatal nomadismo anterior. El hecho es que ninguna casa puede darse como íntegra, perfecta y habitable: nos movemos en el horizonte de las ruinas, somos hombres entre las ruinas y cada uno debe aprender a ser albañil, bienentendido, sin hacerse adepto de cualquier logia masónica... Es necesario construir desde la propia individual posición, es decir poner de sí los fundamentos, sin ilusionarse con poder apoyarse en las estructuras existentes, taradas en su mismo origen. Pensadores como Evola suministran las piedras y la cal para la construcción, mas el trabajo toca al individuo en la singularidad de la propia experiencia existencial.


OM  AR*
*Pseudónimo de Omar Vecchio (1962-2000), escritor, paracaidista y alpinista italiano, fundador y redactor de la revista Orion, muerto el 31/7/2000 escalando el Diran Peak en Pakistán.

·           Publicado en Ciudad de los Césares N° 17, Marzo/Abril de 1991.







[1] Cavalcare   la  Tigre, Milán, Il Falco, 1981. p. 9. Todas las citas  corresponden  a  esta edición  italiana. Cf.  también la edición  española:   Cabalgar el  Tigre.  Nuevo Arte Thor, Barcelona 1987 (y Ed. Heracles, Buenos Aires, 1999).
[2] "A casa", en Apréslude, Turín, Einaudi, 1966.
[3] La  parole..., Milán. Il Falco. 1981. p.7.
[4] Carta sobre el  Humanismo, Taurus, Madrid, 1970, p.25.
[5] Che   cos'é   metafísica, p. 23
[6] "Vitalità, anima, spirito". Orion N° 26. Milán.

[7] L’ Individuo e il divenire del mondo, Carmagnola, Arthos, 1976, p.63.
[8] Enciclopedia   di   Filosofía, MilánGarzanti,   1981. p.707.
[9] "Apolitia" es el término italiano empleado por Evola; el traductor español de Cabalgar el Tigre ha preferido vertirla por la forma (griega) apoliteia, antes que por otros términos posibles ("apolicía", "apoliticismo"). NdlR.
[10] "Colpo di spugna". Orion N° 15.
[11] Retomamos aquí literalmente un trozo de nuestra Essenza nichilistica dell’ Occidente cristiano, tercer parágrafo, cap. VII.


ANTIQUITAS ET MODERNITAS



REFLEXIONES SOBRE LA POST-MODERNIDAD

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omenzaré por una reflexión linguístico-semántica. El término antiquitas pertenece al fondo del latín arcaico-republicano e imperial. Podemos hacer coincidir su emersión contrastante en la Roma del siglo IV a.C. Es un vocablo cuyo sufijo sustantiva y generaliza un epíteto, en este caso antiquus. Sobre ese troquel se forjarán muchos términos de variable expansión lexical y semántica como humanitas, unitas, gravitas, levitas, caritas, etc. lo que indica, con la i siempre breve, la permanencia oral de un dáctilo, que permite ser insertado en el cursus rethoricus, en el verso dactilico etc. Pero a su vez antiquus parece un derivado arcaico de ante (antiquus), lo que precede, en griego arkhaios, que contacta con la arkhé, con la condición toon proteron, de los primeros, o como dice Horacio, con otro epíteto característico, ut prisca gens mortalium (la prístina estirpe de los hombres). Pero en latín antiquus no es sinómino de vetus, o antiqui de veteres. No es posible internarse más en la semántica histórica. Basta este componente para nuestra ocasión. Sólo quiero inducir, en efecto dos consecuencias: 1) la antiquitas tiene una firmeza connatural, porque es cabeza de la diacronía; 2) comporta una densidad semántica (ein stärkeres Dasein, un existir más denso, como dice Rilke) que la hace generativa y apokatastásica (o sea, redintegrativa).
Carlos Disandro
Todo esto nos facilita comprender la sentencia de Cicerón, de origen platónico, antiquitas proxime accedit ad deos (Es la antigüedad la que con mayor cercanía adhiérese a los dioses). Y la expresión varroniana: antiquitates rerum divinarum humanarumque (las antigüedades de las cosas divinas y humanas). La fórmula lapidaria de Varrón merecería, en esta tormenta finimilenar, exhaustivo comentario y elucidación. No es éste el lugar ni el marco expositivo apropiado. De cualquier modo en nuestra breve glosa histórica-semántica quedan dos notas en la suppositio de antiquitas; firmeza y densidad, generativas y apokatastásicas en la diacronía del déroulement.
Modernitas es un neologismo "pour le bésoin de la cause", trocado en paradigma cómodo. Debemos desentrañar sus lejanas emersiones y resonancias, más difíciles de clarificar en medio de la devastadora violencia de la modernidad. La referencia lingüítica modernus pertenece al latín de los siglos XIV y XV, y en todo caso al pre-renacimiento y épocas posteriores. Sin embargo, no deja de tener importancia la meditación de su recurrencia semántica opuesta a antiquitas, al margen de los hitos cronológicos aducidos, comportada además en el general oleaje devastador del "evolucionismo" en todos sus matices. "Moderno" y "modernidad" serían pues relegamiento y muerte de la antiquitas; suponen además etapas de post-modernidad como resolución semántica en inexpresados epifenómenos trasformantes, no visualizables, pero tampoco adventicios o de giros reaccionarios. Pero digamos dos palabras también sobre su campo semántico propiamente dicho.
Modernus deriva de modus, y se forja con un sufijo como hodierno, aeternus, maternus, etc. La cabeza semántica es pues modus, que cubre vastos campos significativos en el latín hasta el siglo XVII. Particularmente significante y notable es su pertenencia al vocabulario gramatical y a la tabulatura sistemática de las particiones musicales: el modus o modi gregorianos dentro del canon de la melodía diatónica; indica precisamente una variación, sujeta sin embargo a ese canon diatónico. Distinto de la variación tonal y cromática que sin embargo insume la música moderna desde el siglo XIV hasta la música estructuralista (Schönberg) y tecnotrónicas, que serían preludio de la postmodemidad. De cualquier manera, creo que la esencia de lo moderno y de la modernidad es de naturaleza musical, con referencia a la semántica de su autodenominación y autoconciencia.
Del latín modus provienen en romance  modo, modulación, moda, modelo, moderador, etc. Es larga la lista. Para España muchas veces predominan los vocablos por interposición de francés o italiano, lo cual no cambia en aboluto el panorama. Por el contrario, lo clarifica en cuanto el latín vulgar de la Romanía tendió a trasvasar a otra mentalidad, por interpósitos dialectos, otro sentimiento del mundo y otra impostación del hombre. Sobre todo otra impostación musical, denotativa de otra búsqueda y otro empeño.
Interpongo aquí, por ser pertinente y profunda, un párrafo sobre la devotio moderna que cubre prácticamente el siglo XV y primeras décadas del siglo XVI, antes de la revolución luterana. Devotio moderna y Lutero son sin duda raíces de la modernidad. La primera por el corte con la teología y la piedad mystéricas; el segundo por su reversión del conspcctus teológico de los Padres Griegos, en cuanto al soplo significante de la letra bíblica.
En una palabra la esencia del epíteto "moderna" se potencia por un vínculo semántico con devotio (sobre este punto puede confrontarse mi introducción al Breve de Clemente XIV, Dominus ac Redemptor - 1773). Devotio moderna sería pues la arkhé revolucionaria, para el lapso siglo XV-siglo XX. En este aspecto la post-modernidad implica también vías contrastantes teológicas y pastorales, muy complejas en la empresa de la neo-evangelización.
Me interesa una somera indicación para resumir lo fundamental. En moderno el centro semántico es la variatio constitutiva, o tal como lo expresaría en latín la frase varia variorum. Antiquitas en cambio es arkhé inviolable, y por ende resplandeciente en una esfera de sacer, sanctus, en una hierophanía que pone en el oído el dominio diatónico y en el ojo las imágenes mundanas subordinadas al oído. El moderno ha roto este equilibrio, primero incoativa y sutilmente, luego rápida y catastróficamente. La revolución del cambio ha llevado a la disolución; la disolución clama a su vez por una post-modernidad de signo multivalente, por cierto. La disolución es primero disolución del canon del oído, y luego confusión en el canon del ojo.

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Sobre estos claros parámetros semánticos podemos introducir ahora un punto de vista metafísico: la visión anaxagórica sobre el vínculo entre nous y homeomería. La antiquitas es el nous regente, concentración de una arkhé semántica, principio de la vida hyperbórea; las homeomerías, suerte de emulsión de la sustancia physica inconfigurada pre-cósmica, a su vez, comporta desde luego la multiplicidad de los epifenómenos históricos. Pues la concepción de Anaxágoras, holística como la de todos los presocráticos, no separa physis e historia, las unifica en ciclos del nous, que ordena, rige, irradia, vivifica en tectónicas incluyentes y anabáticas; y las homeomerías que se combinan (en una serie cósmica, en el sentido griego, y diakósmica, en el sentido pitagórico de la expansión, limitada y bella). Esplende entonces la unidad phainoménica que es por supuesto recurrencia de la luz, en la physis y en la historia: en la physis el cosmos sublime de la tectónica constructiva y en la historia la combinatoria semántica que impregna de la luz hyperbórea el reino de los epifenómenos restrictivos y fugaces. Pues una semántica apokatastásica y regenerativa es imposible sin la regencia del nous, tanto como el cosmos estelar que insume la totalidad de la irradiación noética. Unificadas de esta manera physis e historia en el principio estético del nous, el hombre es clave combinatoria en la medida en que participa en la "celebración", en el hymnein hyperbóreo.
Ahora bien, la antiquitas es el nous y su regencia hyperbórea, por determinarla con algún epíteto no estrictamente histórico, pero tampoco puramente mítico. La modernitas en cambio es el reino de los homeomerías, que inician, proyectan y diseminan su desglose del nous, de su irradiación, de su dynamis unificante y por ende de su lumbre y arkhé. Históricamente pues predomina el epifenómeno puro, la fugaz esplendencia de la luz en el movible espejo de las ondas marinas, el pasajero viento que se torna tormenta devastadora o amenazante. Las homeomerías, así desligadas y catastróficas, han desembozado un tercer reino, o espacio, o franja, no noética no semántica (es decir que no proviene ni del nous ni del ligamen de éste y las homeomerías): el espacio de la herramienta, del instrumento o artefacto, que será creciente y evolutivo y completará su reino autónomo: la tecnotrónica, dispensadora y déspota. Esto acontece porque el homo daedalus sustituye la dimensión hyperbórea. Esta, por su parte, se hunde como katabasis de la Atlántida; empero en la tesitura de ese hombre histórico moderno se preparan, anticipan y se regeneran las katábaseis ineluctables de las homeomerías como disolución extrema de la sustancia. Lo que la física moderna considera "partículas", que pugnan por existir sin atingencia controlable con núcleos centrípetos, son epifenómenos del torbellino atómico; y al mismo tiempo búsqueda inexhausta de la participación como camino desembozante de la physis.
Según el punto de vista filológico-semántico hemos inducido una nota esencial de moderno, contrapuesto a la arkhé semántica de antiquitas: la ausencia del stärkeres Dasein (un existir más denso) la carencia de la celebración o hymnein hyperbóreos. Desde el punto de vista metafísico hemos remontado a la causa generativa de la modernitas, el corte entre nous y homeomerías, que conduce al homo daedalus, umbral justamente de la post-modernidad. El punto de vista semántico y la breve indagación metafísica conforman un horizonte de oscuridad previsible.

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Tendríamos finalmente que considerar el punto de vista teológico. Es preciso delimitar desde luego la tesitura personal que sirve de troquel para el noein, en vista de las confusiones contemporáneas según los disjecta membra christianorum (los desparramados fragmentos de cristianos), o quizá con mayor reluctancia histórica y mayor nitidez asertiva "la muerte del cristianismo", según anuncian, en la edad de Aquarius. Mi punto de vista es, en esta constancia, griego arcaico o si se quiere greco-cristiano, para distinguirlo del judeo-cristiano y del romano-cristiano. Además para trascender esas contradicciones elijo la Gedankenlyrik de Píndaro y su ejercicio concreto del noein en el hymnein dórico-hyperbóreo. En sustancia, ese punto de vista teológico sería el que llamo theándrico, usando el término de los Padres Griegos, pero cuyos antecedentes semánticos debemos buscar precisamente en la poesía dórica y su concepción del héroe y del poeta, que lo reinstaura en la historia por la celebración coral. El punto de vista teológico implica una unión divino-humana que trasciende el mero vínculo physico entre nous y homeomería. Sería pues una coronación anaxagórica en la vida divino-humana vigente en la "fiesta hyperbórea". Por eso los héroes son hemitheoi (semidioses), o antitheoi (es decir suplen a los dioses, puesto que éstos no peregrinan ya por la Tierra). Son los héroes y sus poetas celebrantes los encargados de retener y vigorizar o actualizar la coronación theándrica en el seno de las homeomerías. La antiquitas es naturaliter theándrica pues. Y por escisión la modernitas rechaza esta arkhé fundante, y elige un solo principio, la humanitas, que se corona a su vez en el homo daedalus, hacedor del tercer espacio que dije, ni noético, ni semántico ni theándrico, sino technotrónico (por supuesto en su extrapolación en la post-modemidad).
La visión theológica theándrica de los orígenes principjales y su regencia entre los epifenómenos de la humanitas, recupera el noein de la metaphysica y transhistoria, recupera en fin por el poeta laudante la iniciativa semántica de la apokatastasis.
La contraparte, el modernus en los varia variorum epifenómenicos, despliega la fantasmagoría transitoria de una ilusión que sólo puede descansar en el poder, cada vez más despótico, sobre la natura y el mismo hombre. O sea el homo potens rerum y el homo potens hominum (sintaxis de participio presente y genitivo, lo que en latín menta una relación esencial y habitual).
Si unimos pues las tres cuerdas, linguístico-semántica, metaphysica y teológica, comprendemos la esencia de la modernitas y avizoramos el continente de la post-modernidad, como un territorio enigmático habitado por monstruos, pero también por hombres que serán reconquistados por el asilo de la arkhé, de la sacralidad principial del noein, que pliega el decurrir de las homeomerías en cosmos o diakósmesis regenerativa. Prefiero intentar la unión de las tres cuerdas formuladas, para cerrar esta nota con un parágrafo más ceñido propiamente a la post­modernidad. Recorremos así con discrimen analítico-sintético una vasta curva, troquelada en definitiva por dos arbotantes: la antiquitas (arkhé), modernitas (homeomerías descontroladas del nous).

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En efecto, el principio linguístico-semántico parece significar naturaliter una trascendencia intraphysica e intrahistórica, por la coronación lingüística, específica e incalculable del lenguaje poético. Este pues, en el seno histórico-physico de las homeomerías, reanuda el vínculo con el nous. Y siendo el mito y la metáfora constitutivos determinantes de aquel lenguaje le confiere al hombre por el trámite del symbolon cognitivo y operativo, acceso a la "vida hyperbórea". Por esto pues la post-modernidad presentaría inequívocamente dos ritmos contrastantes: uno de katábasis y otro de anábasis, inextricablemente urdidos en el seno de las homeomerías, y en la repulsa o reconquista del nous y su noein operativo, esencia de la vida hyperbórea según Píndaro, esencia de la dimensión theándrica del héroe (en la existencia de Bellerophonte o en la de Hércules).
Por el primer ritmo pues la katábasis prolonga lo moderno, ya elucidado, en la post-modernidad tecnotrónica, donde el artefacto daedalus pretende sustituir el nous para asumir, abordar, regir los epifenómenos, reluctantes y contrapuestos entre sí. Muere la semántica rerum creatrix, repliégase el nous y la historia concéntrase como la historia potens hominum para ensayar una deidad, que destruya definitivamente la vida hyperbórea. Este ritmo de katábasis signa la post-modernidad, ya desembozada, o simplemente incoativa. Ella confiere una dispensación concentracionista pero en detrimento del ser profundo del hombre, según se adviertan o dimensionen sus vías y sus corifeos. En cualquier caso, es la manifestación del fatum modernum.
El segundo ritmo, de anábasis, sería connatural a la raíz lingüística que no puede perecer, ni aun por regencia de lo anteriormente atribuido al ritmo katabático; y connatural también physicamente a la luz, que tampoco podría extinguirse, y cuyos ciclos, los de la luz, son inmunes a la dispensación y confusión de las homeomerías. Por donde el cosmos physico, noético y semántico sería como dice Tucídides un ktema eis aei (un logro para siempre), o como expresa un lyrico grecista en la modernidad (me refiero a Keats) "a thing of beauty is a joy for ever". Aquí radica el punto, espacio o rampa de apoyo para la anábasis (ascenso). La post-modernidad por ende, actuante ya o incoativa, como advertí, exige de todo hombre libre por el noein irrestricto un acto de selección que permita "la alternativa en la katábasis", aunque a su ruta de descenso infernal sea imposible eliminarla o constreñirla; pero sí puedo con giro reluctante desalojarla de mi alma o mente o inteligencia, para compartir con otros hombres la aventura de la reconquista del nous. En el mar de las homeomerías sin riendas noéticas somos como Odiseo con su balsa en medio de la tempestad. Sólo que -conviene subrayarlo- Odiseo eligió ese camino riesgoso. Aquí, en la anábasis descripta, sigue vigente la antiquitas como hontanar, régimen de ciclos luminosos, categoría hyperbórea precisamente para este segundo parámetro de la post-modernidad.
Sea como fuere, mi breve reflexión intenta superar: 1) controversias estériles y fragmentarias sobre la  modernitas ut sic; 2) evadir el cerco de la catástrofe, y por ende plantear una anábasis entitativa al margen del pensamiento profético, que reanima de suyo otras alternativas que no es posible considerar aquí. En última instancia están planteadas en mi libro Las Fuentes de la Cultura, cuya redacción tiene ya casi treinta años. Y en definitiva lo que nos urge y sobrelleva al mismo tiempo en el seno de la post-modernidad, tal como la concibo desde el pensar anaxagórico son las dos dimensiones el pensar simbólico: a) el symbolon cognitivo per se; b) el symbolon operativo, que anule el homo daedalicus, reduzca la dispersión homeomérica, y desembarque en el hogar vestálico del nous.
La anábasis es pues posible, o sobrevendrá por efusión musical del "centro", o de la "arkhé", o del héroe heráclico, reinstaurado para limpiar de monstruos la tierra devastada y emponzoñada. En cuanto al primero, o sea, el symbolon cognitivo, la post-modernidad los comporta, en el oleaje indiferente de las homeomerías modernas. En cuanto al segundo, el symbolon operativo, sólo los hyperbóreos que subsisten entre los hombre de la ferrea aetas, tecnotrónica ahora, conocen el camino del hymnein, el maravilloso camino que recorre Perseo antes de yugular a la Gorgona.
Es así el contexto finimilenar, no lo podemos cambiar, pero podemos "oir y ver", y sobre todo "noein". Este es por otra parte el destino de América, Por sobre estos pormenores desplegaremos en otro momento y ricorso nuestras reflexiones al borde del abismo. Entretanto en lo profundo de nuestro corazón, entonamos un cántico pindárico en celebración de la Hélade incólume en el océano de la post­modernidad. La tectónica del nous habita pues en nosotros, no en los artefactos.

Dr. CARLOS A. DISANDRO




*Publicado en Ciudad de los Césares N° 17, Marzo/Abril de 1991.