martes, 16 de agosto de 2016

La guerra de Sudamérica contra el Norte



LA  GUERRA  DE  SUDAMERICA 
CONTRA  EL  NORTE
Un poco conocido cuento de anticipación de 
Alberto Edwards.


A
lberto Edwards (1873 - 1932) fue político, experto en asuntos financieros y administrativos, historiador y sociólogo aficionado, autor de cuentos policiales y precursor del cine chileno. Es una figura principal de la llamada Generación del Centenario, que reaccionaba con sentido nacionalista contra lo que veía como decadencia en Chile hacia 1910. Su obra más conocida, La fronda aristocrática, interpretación de la historia de Chile independiente a la luz de la oposición autoridad presidencial-oligarquía, ha sido juzgada “la mejor interpretación existente de nuestra historia nacional republicana” por Mario Góngora (Prólogo a la 11a edición, Universitaria. Santiago, 1991; 1a ed., 1928).
Como ensayista histórico, Edwards ha sido comparado a sus contemporáneos, el argentino Ernesto Quesada (La época de Rosas, 1898) y el venezolano Laureano Vallenilla (Cesarismo democrático, 1911), con los que comparte un realismo de corte “sociológico” y un relativismo histórico que les permite una mayor comprensión del pasado (cf. T. Pereira, “El pensamiento de una generación de historiadores hispanoamericanos: Alberto Edwards, Ernesto Quesada, Laureano Vallenilla”, revista Historia, Univ. Católica de Santiago, N° 15, 1980). Es verdad que Edwards fue un “dilettante” como historiador, pero véanse las palabras de Friedrich Meinecke, citadas por Góngora (en el prólogo citado), sobre el valor del dilettantismo. Fue también de los primeros en Chile en acusar recibo de las poderosas ideas de Oswald Spengler; en cierto modo, fue un spengleriano avant la lettre. La lectura de La Decadencia de Occidente, confesó, fue “como si me hubieran puesto unos anteojos con los que veo claros los mismos objetos que antes entreviera confusamente" (“La sociología de O. Spengler”, artículo de 1925 en Atenea). El conocimiento de Spengler, afirmaba Góngora, fue iluminador para Edwards y "ha rematado una evolución de su pensar teórico, elevando a un rango más metafísico su primer punto de vista 'realista'...’’ (Fronda, p.25).
Miembro de la Cámara de Diputados entre 1909 y 1912, teniendo fama de ser el más antidemocrático de los diputados (M. Rivas Vicuña, Historia Política y Parlamentaria de Chile, t. I, p.245), se había retirado de la vida parlamentaria, convencido de que “aquello no podía durar” y porque “en materia de palizas” prefería no estar entre los que las recibían (Fronda, p. 197 n.). Contribuyó a dar vida al Partido Nacionalista, fracasado intento por superar el estancamiento político de la República Parlamentaria y abordar con realismo los problemas económicos y sociales (1914 - 1918).
Finalmente la “paliza” prevista llegó en 1924. En medio de la crisis política desencadenada, Edwards adhirió al gobierno de Ibáñez, por entender que representaba éste “la reconstrucción radical del hecho de la autoridad” y porque prefería “un dictador de espada” a uno “de gorro frigio” (Fronda, p. 278-279). Se le ha tenido por “conservador”, pero, a parte de serlo en un sentido muy general (admiraba, por supuesto, a Burke), el pensamiento de Edwards se diferencia netamente de lo que por entonces se llamaba conservatismo en Chile y no es poco crítico del sistema político y social. Podría decirse, tal vez, por analogía con la publicitada corriente alemana, que propugnaba una "Revolución Conservadora" a su modo.

El Pacífico Magazine
Junto con el escritor Joaquín Díaz Garcés, Edwards animó desde 1913 la revista Pacífico Magazine, novedosa publicación y quizás la primera “moderna” en Chile. Reunía crítica política y social, comentarios internacionales y económicos, literatura y arte. La situación de los inquilinos del campo chileno, o la de la industria salitrera; el avance amenazador del imperialismo norteamericano, desde el Caribe hacia América meridional; el flamante movimiento futurista; todos estos eran temas que ocupaban sus páginas. O “la felicidad en la vida modesta”, rúbrica permanente de la revista, bajo la cual se quería contribuir a la formación de una “burguesía libre, culta, digna, capaz de transformar a nuestro país, y aun de llegar a dirigirlo" (PM 1, p.45 ss.): era la idea de una clase media industriosa, frugal, independiente, que se encuentra también en Francisco Antonio Encina; no un hecho puramente económico , sino ante todo espiritual, que se reflejaba hasta en el modo de vida. O bien se proponía la unión aduanera con Bolivia, como primer paso hacia la unidad política de los países hispanoamericanos (PM 13, 1914, p. 3 ss.).
Pacífico Magazine publicaba también, además de “folletines” de autores extranjeros, cuentos; una antología del cuento chileno podría abrevarse cómodamente en esta fuente: allí están las páginas de Ángel Pino (Díaz Garcés) y las del propio Edwards, bajo los pseudónimos de Miguel de Fuenzalida y de J.B.C. Este da vida, por ejemplo, a Román Calvo, el “Sherlock Holmes chileno”, y al que nos interesa ahora, Julio Téllez, héroe de la guerra sudamericana contra EE.UU. (“Julio Téllez”, por J. B. C, PM 10, 11 y 12, octubre a diciembre de 1913). Este cuento fue incluido por el escritor Manuel Rojas en un volumen Alberto Edwards - Cuentos Fantásticos (Zig-Zag, Santiago, 1951), pero poco tiene de “fantástico”, en la acepción especial que en literatura tiene el vocablo; más cuadraría clasificarlo dentro del género de “anticipación” o de “política-ficción”, O quizás en el utópico, pero se trata, en todo caso, de una utopía muy particular.
Julio Téllez
“Son las once de la mañana del miércoles 3 de noviembre de 1925. Un sol tibio y descolorido logra apenas traspasar las brumas que con tanta frecuencia entoldan la atmósfera del Pacífico oriental, por las alturas del desierto de Atacama. El mar está tranquilo como una balsa de aceite. El 'Guillermo Subercaseaux', magnífico trasatlántico de 50.000 toneladas, de turbina y tres hélices, el más poderoso de la Compañía Sudamericana de Vapores, surca majestuosamente las aguas en demanda del puerto, a su velocidad reglamentaria de veinticinco millas por hora...”
Así comienza el cuento que motiva estas páginas. Los elementos de anticipación, vistos desde el Chile de 1913, son fácilmente reconocibles: el famoso “Titanic”, hundido en 1912, desplazaba 47.000 toneladas y era entonces el mayor trasatlántico del mundo. En cambio, la Compañía Sudamericana de Vapores existió y existe realmente, aunque no sabemos si ha tenido alguna vez trasatlánticos como aquél. Guillermo Subercaseaux fue contemporáneo de Edwards, político y economista, fundador del Partido Nacionalista y defensor, entre otras, de políticas de protección y defensa de la marina mercante nacional. Ignoramos igualmente si algún barco chileno ha llevado jamás su nombre.
Prosigue el relato. Rápidamente es introducido Julio Téllez, de quien hablan los pasajeros del “Guillermo Subercaseaux” como de un hombre de dotes excepcionales; está próximo a viajar desde Tacna, donde sesiona el congreso de la Confederación del Pacífico, a Europa, investido de plenos poderes. Nos enteramos más: Téllez nació hacia 1880 en Chiloé, en la región austral de Chile: “el Napoleón sudamericano, al igual que su predecesor europeo, había nacido en una isla apartada, pobre y bravia”. Su bisabuelo paterno había acompañado a Menéndez en sus viajes de exploración de la Patagonia occidental; el abuelo fue oficial del ejército de Quintanilla, en la postrera resistencia española contra los patriotas. La madre era hija de un pulpero italiano que se decía descendiente de Cayo Mario... Napoleón y Mario, pues: no están mal como auspicios. Mas adelante, el autor insistirá en la comparación con ¡César! Comparaciones que, como se verá, no estaban del todo injustificadas.
Hasta entonces modesto oficial civil en la localidad chilota de Chonchi –proseguía "J.B.C."-, Téllez había aparecido en Santiago a fines de 1914; a partir de un negocio de colonización de tierras australes, el humilde chilote hace fortuna en la Bolsa: “Fue un axioma en la calle de la Bandera que quien no estaba con Téllez estaba perdido”. “Nadie era capaz de resistir a sus seducciones, ni de comprender sus cálculos”. Audaz, inescrupuloso, generoso pero sencillo en su vida personal, muy luego se hace elegir diputado al Parlamento: “las gentes perspicaces comenzaron a comprender que la política como la Bolsa también tenían un amo”. Así, sin saberlo, Edwards anticipaba la opinión de Spengler de que hombres de negocios al estilo de Cecil Rhodes eran los constructores de imperios, los “césares” del mundo actual.
Y el advenedizo milagroso va realizando el programa del mismo Edwards, de Subercaseaux, de Encina y de otros nacionalistas de la Generación del Centenario. “El 3 de agosto (de 1915) se dictaba la Ley de Protección de la Marina Mercante Nacional, presentada por don Guillermo Subercaseaux”. Verdadero jefe de gobierno, desde la sombra (un rasgo que lo asemeja esta vez a Portales, que prefería “mandar a los que mandan”), Téllez impone el tratado de paz y amistad con Perú en 1916; luego, la unión aduanera con Bolivia. La compañía Antártica, fundada por Téllez, por supuesto, emprendía en vasta escala la colonización de la Patagonia chilena, “y aún no concluía ese año fecundo, y ya Téllez echaba las primeras bases de la Gran Combinación Salitrera, que, con el auxilio eficaz del Gobierno, iba a nacionalizar en poco tiempo la gran industria del norte”.
Comienzan entonces las complicaciones internacionales. Téllez da prueba una vez más de sus habilidades de jugador y especulador. Cuando Inglaterra y Alemania pretenden intervenir en defensa de los derechos de sus ciudadanos, dueños hasta entonces de la riqueza salitrera, el chilote obtiene el apoyo de EE.UU., interpretando la doctrina Monroe “en un sentido favorable a la soberanía de los países americanos”. Pero cuando Washington, a su turno, protesta por “ciertas medidas tendientes a dificultar la dominación del capital norteamericano en Chile”, son las potencias europeas las que respaldan a la nación sudamericana. La política de Téllez se basa, pues, en el equilibrio de poderes en beneficio de Chile.
Pero falta aún lo mejor. A la formula de Monroe, Téllez opone otra: “América del Sur para los americanos del sur”. Su nombre suena en Bolivia, en Ecuador y en Perú casi tan alto como en Chile... “Hasta en Brasil surgió un nuevo Conselheiro, que a la cabeza de millares de fanáticos se levantó para proclamar Mesías, Salvador de América, al ex oficial civil de Chonchi”. En 1918 se funda la Confederación del Pacífico, entre Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, con Tacna como capital federal. Téllez declina la presidencia que se le ofrece por unanimidad, y es elegido para ese cargo un ecuatoriano. En 1922 Colombia y Venezuela adhieren a la Confederación. Panamá quiere seguir este ejemplo, pero EE.UU. no se lo permite; Téllez fracasa esta vez al intentar mover las influencias europeas contra la potencia del norte. En 1924 comienzan las conversaciones para el ingreso de Argentina; interfieren con este proyecto las aspiraciones argentinas de que la capital federal se establezca en Montevideo, y el recelo con que los agricultores chilenos miran la competencia de la agricultura trasandina.
Una jugada maestra
Retomando el hilo de la narración, cuando el “Guillermo Subercaseaux” atraca en el puerto de Antofagasta, en espera de que Téllez se embarque como se había anunciado, los pasajeros se enteran sorprendidos de que el chilote se encuentra viajando por aire con rumbo desconocido. En 1913, y aún en 1925, se hubiera requerido particular audacia en un estadista para que llegase a emplear esa vía. Téllez en efecto, viaja hacia Londres en un “aeroplano Avalos, de 400 caballos” y a 250 km.p.h. La gravedad de la situación internacional lo justifica; EE.UU. se niega a garantizar la igualdad de todas las naciones en el uso del canal de Panamá (inaugurado recién en 1914, recuérdese); se teme la guerra entre este país y Alemania e Inglaterra. La conferencia de Tacna, que debatía la cuestión de la capital federal, había sido interrumpida por Téllez, que venía de obtener la neutralidad de Brasil y solicita, con su personal estilo, la alianza con Argentina. Luego emprende su viaje misterioso. “Mucho hemos luchado” -dirá- “por esta causa de la América del Sur, que es la de Chile y la de todos nosotros. Hace un siglo conquistamos la independencia política, pero hemos continuado siendo simples factorías de la industria y del capital extranjero. Mientras sólo nos dominaron las naciones de Europa, no supimos sentir el peso de esas cadenas (...) Llegaron después los americanos del Norte. Esos no sólo poseen la energía, sino también la inconsciente crueldad de la niñez (...). Han triunfado, sin disparar un tiro , por la sola fuerza del capital y de una cultura superior... Es tiempo de que esto termine... y terminará...” Está por efectuar su jugada maestra.
Los acontecimientos se precipitan, y la narración
de Edwards alcanza efectos dramáticos. Veinte acorazados norteamericanos entran a la rada de Arica y presentan un ultimátum: la Confederación del Pacífico debe declarar su neutralidad en el conflicto que va a estallar entre EE.UU y las potencias europeas, o la escuadra yanqui abrirá el fuego sobre Arica, y será la guerra. Al cumplirse el plazo de rigor, el gobierno de la Confederación, que obra por instrucciones de Téllez, responde con un “no” al ultimátum. Y no sólo eso: “La guerra no está ya tan sólo declarada -dijo el presidente-. Ella ha empezado. En estos momentos los cañones de Arica rompen fuego sobre vuestra escuadra”.- “¿Cree el Señor presidente -dijo palideciendo el enviado norteamericano- estar dentro del derecho de gentes?” “Sí -repuso el presidente-, desde que estamos en guerra... Vaya Ud. con Dios”.
Mientras tanto, Téllez llega sorpresivamente a Londres y se entrevista con el secretario del Foreign Office, ofreciéndole la alianza de la Confederación. El inglés receloso, no la acepta. “Los estadistas europeos despreciaban y aborrecían a la vez a aquel individuo raro, semibárbaro, salido repentinamente de la obscuridad en esa América tumultuosa e infantil, que por tanto tiempo consideraron una tierra de tráfico, análoga al Congo o al Senegal”. “¡Alianza!” –pensaba el canciller británico- “En nuestras antiguas guerras coloniales, los rajaes de la India fueron a veces nuestros aliados. Se batían por ser nuestros subditos y no los del Gran Mogol o los de Francia... Así comprendería yo una alianza con ese Téllez…"
Con todo, la situación para Inglaterra es preocupante. Y también para Alemania: tanto, que el Kaiser Guillermo II llega también Londres en aparente visita de cortesía. Los gobernantes europeos dan por seguro que la escuadra de la Confederación del Pacífico va a ser destruida por la yanqui, con lo que EE. UU. se habrá librado de un peligro potencial antes de enfrentarse con sus rivales del Viejo Mundo. Cuando llega un cable sobrecogedor:
“...Hoy al amanecer se presentaron sorpresivamente delante de Panamá quince acorazados de la Confederación del Pacífico y una escuadra aérea de cincuenta aeroplanos de gran poder. Estas fuerzas rompieron inmediatamente sus fuegos sobre la plaza. La resistencia habría sido larga y obstinada y el resultado dudoso; pero a las dos horas de haberse iniciado el combate estalló el parque norteamericano de Pedro Miguel, y pocos minutos después dos de los tres fuertes que guarnecían la ciudad volaron por los aires. (...). Los mismos habitantes de la ciudad, aunados, entregaron la plaza a la marinería sudamericana,que la ocupó sin resistencia poco antes de las diez de la mañana. A mediodía los aeroplanos del general Pacheco tomaron tranquilamente posesión de Colón, completamente desguarnecido...”
Todo había sido preparado por Tellez. Previamente, la escuadra de la Confederación se había hecho a la mar, para no encontrarse con la escuadra yanqui que se dirigía a Arica. La aviación, mandada por el boliviano Pacheco, se había dirigido a Isla de Pascua para abastecerse de combustible, y continuar hacia un objetivo que sólo se le revelaría en el último minuto. Llamado a reunirse con el emperador alemán y el ministro ingles, Tellez puede exponer la situación militar: EE.UU. no puede reaccionar inmediatamente al golpe de mano en Panamá, con parte de su flota en aguas de Chile y otra en el Atlántico; la escuadra del Caribe no puede operar sola contra la sudamericana... Debe organizar un ejército de desembarco... Todo le tomará unos quince días. Pero, preguntaba el chilote a sus interlocutores, “¿no es verdad que antes de ese plazo las escuadras de Alemania e Inglaterra estarán también allí? –“Es verdad- contestaron casi al mismo tiempo, Guillermo II y el canciller de la Gran Bretaña”. Es, pues, la alianza.
La noticia del bombardeo de Arica ha provocado efectos internos en Chile: despierta la oposición a Tellez. Grupos sediciosos se forman en los barrios apartados de Santiago. La Federación de Estudiantes organiza “un gran mitin… con objeto de pedir la caída del Ministerio, la separación de la Iglesia del Estado y el castigo de un sargento de policía acusado de exceso de severidad en la represión de un desorden..." Por los años 20 a la FECh embargaba un pacifismo de ribetes anarquistas que, si bien en la realidad se opuso a una eventual guerra con Perú, verosímilmente pudo oponerse también a la guerra concebida por Alberto Edwards. En la ficción, un “ex pedagogo destituido el año anterior por el Gobierno”, Belarmino Parraguez, pronuncia un discurso con todos los tópicos de la juventud progresista de la época: “Se nos arrastra a la barbarie (...) ¿Qué significaban esos decantados progresos con que el gobierno pretende adormecer al pueblo?... Nada para el eterno espíritu del hombre..., nada para la emancipación de las conciencias..., ningún golpe asestado a la ignorancia y a la superstición... “El despotismo va a desplomarse víctima de sus propios errores...; la humanidad..., la civilización y el progreso, van a obtener una gran victoria...” Enardecida por el discurso, una gran multitud avanza por la Alameda. Se va a manifestar frente al edificio del Chile Nuevo, diario de Tellez. “No pocos estudiantes llevaban piedras en los bolsillos. Es regla general que esos despliegues de cultura no terminen sin vidrios rotos”. Pero, de pronto los reflectores del Chile Nuevo proyectan la última noticia en el cielo nocturno: “¡Panamá ha sido ocupada por nuestra escuadra!”. La manifestación opositora se disuelve en medio de gigantescos clamores de ¡Viva Chile!, y Parraguez “se deslizó prudentemente por una calle atravesada”.
Sin embargo, Tellez es realista. Navegando en la flota anglo-alemana que se dirige a América, calcula que la guerra con EE.UU. será difícil y costosa. El objetivo, asegurar la independencia de Panamá y de América del Sur, puede alcanzarse por otros medios. Entonces, con su audacia de jugador, vuela a Washington en un “hidroplano” de la escuadra inglesa y se entrevista con el Secretario de Estado, Mr. Robinson. Le propone nada menos que la “doctrina Robinson”, por la cual EE.UU., reivindicando su derecho a establecer tarifas y condiciones de tráfico en el canal de Panamá, reconoce derecho semejante a los propietarios del proyectado canal de Atrato, en territorio colombiano; esos propietarios son la Confederación del Pacífico, Alemania e Inglaterra. Franquicias idénticas garantizarán, en definitiva, la libre navegación por cualquiera de los dos canales. Así, un arreglo comercial evita la guerra o, mejor dicho, su intensificación. Un arreglo comercial que resulta vital, por razones diferentes, para EE.UU., para las potencias europeas y para la Confederación del Pacífico.
Reflexión




Así concluye el cuento de Alberto Edwards. Se puede sonreír y llamarlo “utopía”. En casi ochenta años desde que fue escrito, la Confederación del Pacífico no ha llegado a ser realidad. Menos aún parece concebible una acción militar común de los países hispanoamericanos, no ya contraria, sino independiente de EE.UU. Sin embargo, para Europa no han ido mejor las cosas. En lugar de enfrentarse a la creciente potencia norteamericana, Inglaterra y Alemania prefirieron destrozarse entre sí. Y, casi al término del siglo, en la reciente Guerra del Golfo Pérsico se vio a las naciones europeas acoplarse simplemente a la “cruzada” yanqui, sin que a sus gobernantes se les pasase por la cabeza la idea de mantener un cierto equilibrio de poder en el mundo. Es que renunciaron hace tiempo a una política efectivamente independiente.
Con todo, la literatura de ficción puede mostrar posibilidades de modo más elocuente que el ensayo u otra prosa “seria”. Si la suerte favoreció extraordinariamente a Tellez en la ficción, en la realidad las naciones sudamericanas aún podían pensar en contrarrestar en poder de EE. UU. a comienzos del siglo XX (recuérdese el ABC, combinación diplomática entre Argentina, Brasil y Chile); por otra parte, la Guerra Europea pudo no haber tenido lugar en la forma en que se dio. La suerte no produjo un estadista sudamericano de la talla del de la ficción, ni la concurrencia de circunstancias favorables; sólo aquí está el carácter “utópico” de la obra de Edwards.
En su Filosofía de la Historia, Hegel entrevio la posibilidad de una guerra futura entre América del Norte y la del Sur. Como país del futuro, América no le interesaba. Cien años más tarde, Alberto Edwards recogió la idea y mostró, junto con la posibilidad, lo que desde Hegel sigue siendo un destino.

G.ANDRADE



Publicado en Ciudad de los Césares N° 24, Mayo/Junio de 1992.